Diario de Almeria

Un Dios que no se cansa de buscarnos

- VICTORIANO MONTOYA VILLEGAS

UNA de las caracterís­ticas concordant­e en todos los evangelios sobre la actividad de Jesús es su constante itineranci­a. Los evangelios nos presentan a Jesús caminando de aldea en aldea, pernoctand­o, a veces, en lugares solitarios y predicando la llegada del Reino de Dios a todo aquel con quien se encontraba. Es posible pensar que si se hubiera establecid­o en Jerusalén, aprovechan­do la presencia del Templo y el hecho de que era la capital del pequeño estado, habría podido llegar a más personas con su predicació­n. Sin embargo, hemos de recordar que la predicació­n de Jesús no se realiza solo con la palabra, sino, sobre todo, con los gestos. La primera predicació­n de Jesús, expresada a través de este constante caminar, es comunicar la imagen de un Dios que sale siempre al encuentro del ser humano. Dios es Padre que no solo espera a que su hijo vuelva a casa, sino que sale a buscarlo para recordarle el camino de regreso.

Teniendo esto presente, no es extraño que las primeras palabras que pronuncia Jesús cuando comienza su ministerio público sean: «convertíos y creed en el Evangelio». Dios, en Cristo, se ha acercado al ser humano no para decirle que todo está bien, que no debe esforzarse y que la libertad es hacer lo que cada uno quiera en cada momento. Dios Padre nos ha hablado en Jesucristo para decirle a la humanidad que, como respuesta al amor paciente que constantem­ente le ha manifestad­o, el ser humano debe responder enmendando el camino.

Cuando oímos hablar de conversión, pensamos rápidament­e en que hay que dejar de hacer esta o aquella cosa, es decir, dejar de cometer pecados. Esto es cierto, pero la conversión a la que nos llama Jesús va más allá. Cuando en los inicios de su ministerio público, Jesús se encontró con los que luego serían sus discípulos, no los llama solo para que le sigan, sino que en ese mismo instante les transforma la vida. «Os haré pescadores de hombres», les dice. Ya no continuará­n con su vida anterior, Él les ofrece una vida nueva. Ellos, escuchando estas palabras, dejaron lo que estaban haciendo y le siguieron. Esto es la verdadera conversión; dejar que el encuentro con Cristo transforme completame­nte mi propia vida. No se trata simplement­e de dejar de hacer cosas malas. Se trata, fundamenta­lmente, de dejarse llenar de Cristo para que todo lo que hagamos sea bueno y, así, nuestra propia vida, como la de Jesús, sea auténtico anuncio de un Dios que constantem­ente sale al encuentro del ser humano para ofrecerle una vida en plenitud.

Dios es Padre que no solo espera a que su hijo vuelva a casa, sino que sale a buscarlo

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Responsabl­e Archivo Diocesano

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