LOS RIESGOS DE LA ERA DIGITAL
LA realización de ciberataques es frecuente, aunque no las leamos habitualmente en los medios de comunicación. Son intrusiones en los sistemas de información o comunicaciones de organizaciones públicas o privadas para destruirlas, neutralizarlas o extorsionarlas. Ciberataques masivos a instalaciones públicas de EE.UU. o a la Agencia Europea del Medicamento son solo dos ejemplos recientes. Estamos en la era digital y eso implica guerras digitales.
Hace ya varios años que se definió el concepto de guerras híbridas como un conjunto de acciones realizadas por un Estado contra otro Estado de forma pública o encubierta, utilizando múltiples vías como ciberataques, acciones de inf luencia o campañas de propaganda haciendo un uso masivo de las nuevas tecnologías. Detrás de ellas hay un gran esfuerzo de enmascaramiento y, aunque parezcan espontáneas, siempre hay una planificación previa, estudian las vulnerabilidades del objetivo y actúan sobre ellas. Para las acciones de inf luencia o de propaganda las redes sociales y los medios de comunicación digitales son los medios más utilizados.
Desde el comienzo de la pandemia hubo un salto digital por el uso masivo de internet y el teletrabajo y la mezcla de internet y ciberespacio implica vulnerabilidad. A ello hay que unir que un porcentaje muy alto de personas solo se informan a través de internet y que las redes sociales tienen un papel muy importante en la difusión de informaciones ciertas o no, bulos o campañas de desinformación.
Recientemente se ha acuñado el concepto de sharp power (poder agudo o afilado), que se basa en el uso de políticas manipuladoras por un país para inf luir o atacar el sistema político de otro. Son guerras informativas ejercidas a través de los medios de comunicación y las redes sociales mediante la difusión de prácticas y relatos con el objetivo de sembrar la confusión en la opinión pública, debilitar la confianza ciudadana en las instituciones y trasladar mensajes alternativos. Su implementación tiene un coste muy bajo y se han mostrado muy efectivos usando políticas agresivas o subversivas por países autoritarios o grupos de presión para proyectar su poder y su inf luencia en otros países.
Desde finales del siglo pasado se empezó a teorizar sobre las diversas formas de ejercer el poder, estableciendo varios conceptos nuevos: el soft power, como la habilidad para atraer y convencer haciendo uso de la cultura, los valores y determinadas formas de hacer política. En contraposición está el hard power, que se basa en el poder de un país basado en los medios militares y económicos utilizados en las relaciones internacionales de forma agresiva y coactiva para que los otros acaten su voluntad; en la historia quizás es la fórmula que se ha utilizado más a menudo.
Los estudiosos señalan que las estrategias más efectivas son las que utilizan el soft y el hard power, lo que se define como smart power, que combina el poderío militar y económico con alianzas y acuerdos con instituciones a todos los niveles para expandir la inf luencia y la legitimidad de las acciones de un país.
Sin duda, en muchos casos lo que prima actualmente es el sharp power. Por citar solo dos ejemplos, Rusia y China han destinado grandes presupuestos a impulsar estrategias de manipulación y a la realización de ciberataques y a la vez están poniendo barreras a la inf luencia cultural, política y tecnológica que proviene del exterior.
Los países democráticos somos un objetivo claro de estas estrategias, que se ven facilitadas por ser países y sociedades muy abiertos y ello significa ser vulnerables. La respuesta no es cómo contraatacar a los que nos atacan, sino cómo defendernos sin violar principios democráticos como la libertad de información o de expresión, que deben ser un signo de fortaleza y superioridad moral.
El famoso libro “El arte de la guerra” del general y filósofo de la antigua China Sun Tzu señalaba ya 500 años antes de nuestra era que “lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla” o “el arte de la guerra se basa en el engaño”. Sin duda, estos principios se pueden ver ref lejados en la realidad de nuestros días y en la forma de actuar de algunos actores importantes de fuera de nuestro país, pero también de dentro.
Los países democráticos somos un objetivo claro de estas estrategias, que se ven facilitadas por ser países y sociedades muy abiertos y ello significa ser vulnerables