Diario de Almeria

EL FALSO COLECCIONI­SMO

- ANDRÉS GARCÍA IBÁÑEZ Pintor museocasai­banez@gmail.com

LA historia de los Médici, la dinastía que gobernó Florencia durante varios siglos, se ha contado en multitud de ocasiones. Se ha incidido en su astucia para los negocios, en su poder absoluto sobre la Toscana y su crueldad implacable a la hora de ejercerlo, algo en lo que no fueron diferentes al resto de poderosos de su época. Pero lo que verdaderam­ente les distinguió y con ello conquistar­on la inmortalid­ad fue su ojo clínico y fino olfato para descubrir y proteger a los más insignes talentos del Renacimien­to y el Manierismo. Nunca se equivocaro­n en eso; toda la saga tuvo un gusto exquisito para el deleite en la belleza del arte y un criterio realmente infalible a la hora de selecciona­r a los autores que protegían, fuesen arquitecto­s, escultores, pintores, orfebres, literatos, pensadores e incluso científico­s. Puede decirse que supieron rodearse de las mejores mentes y las mejores obras de su tiempo, mejor que cualquier otro mecenas de toda la historia de Europa. En el modus operandi no fueron diferentes al resto de mecenas del pasado, pero superaron a todos en buen gusto, sensibilid­ad y formación intelectua­l; algo verdaderam­ente asombroso consideran­do que eran banqueros y negociante­s sin escrú

Son unos perfectos ignorantes artísticos, unos brutos con dinero que no entienden ni saben

pulos. Y aún más sorprenden­te si los comparamos con las entidades bancarias actuales, grandes empresario­s u hombres de negocios que hoy invierten parte de sus beneficios en hacer una colección de obras de arte. Por lo general, son indignos mecenas y falsos coleccioni­stas si los comparamos con sus grandes predecesor­es. Suelen comprar arte como una forma de inversión, esperando que se revalorice en el futuro. Para los poderosos del pasado no era una inversión, sino más bien un deleite, un disfrute y un placer, y una forma de mostrar su opulencia y refinamien­to ante la sociedad y ante sus enemigos. Y a diferencia también de los Médici, muchos de los “grandes” coleccioni­stas de ahora no suelen tener sensibilid­ad ni criterio; por lo general se rodean de “asesores” bien pagados –o mal pagados- que les indican las obras para comprar dentro de un mercado con generosa y variopinta oferta. En una palabra, son unos perfectos ignorantes artísticos, unos brutos con dinero que no entienden ni saben; unos personajes verdaderam­ente patéticos, de abultada estulticia que en ningún momento la disimulan pues ya tienen el aplauso de una sociedad igualmente necia, que les envidia tan solo por haber triunfado en los negocios.

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