Diario de Almeria

RAZONES PARA EL OPTIMISMO

- Director de Diario de Almería alao@grupojoly.com @laoalonso ANTONIO LAO

PARA cambiar un poco de registro he decidido la última semana dejar encima de la mesilla “Línea de fuego”, la última novela de Pérez Reverte (me empieza a agotar tanta tristeza, tanto dolor, tanto sufrimient­o...) y he retomado la lectura de La Peste. Para quien no la conozca, les recuerdo que es una novela del escritor francés Albert Camus. Publicada en junio de 1947, cuenta la historia de unos doctores que descubren el sentido de la solidarida­d en su labor humanitari­a en la ciudad argelina de Orán, mientras esta es azotada por una epidemia de peste. Los personajes del libro, en un amplio abanico que va desde médicos a turistas o fugitivos, contribuye­n a mostrar los efectos que una plaga puede tener en una determinad­a población.

Se cree que la obra está basada en la epidemia de cólera que sufrió la misma ciudad de Orán durante 1849 tras la colonizaci­ón francesa, a pesar de estar ambientada en el siglo XX. La población de Orán había sido diezmada por varias epidemias repetidas veces antes de publicar Camus la novela.

Considerad­a por la crítica como obra fundamenta­l de la literatura del siglo XX, es tenida como un clásico del existencia­lismo, a pesar del rechazo de Camus a esta etiqueta. Digo esto, porque inmerso en sus páginas de nuevo descubro que no estamos tan mal, a pesar de como nos está golpeando la tercera ola, y las que vendrán, de la pandemia. Es muy probable que el pesimismo que se ha instalado entre nosotros sea producto de los propios medios de comunicaci­ón. Unos medios, entre los que me incluyo, que sólo vendemos lo negativo de lo que ocurre a nuestro alrededor y rara vez sí, digo rara vez, destacamos lo positivo, que es mucho de cuanto nos rodea. Pero somos consciente­s que si queremos lectores o clics en las webs no los vamos a encontrar en narrar las bondades de cuanto nos rodea. Eso es lo común, lo habitual. Si pretendemo­s despertar el interés, por ejemplo de usted que me está leyendo en este momento, hay que sazonar el menú con condimento­s desgarrado­res, sorprenden­tes y con una pizca de atrevimien­to. Lo contrario nos conduce al suicidio informativ­o.

Pero no me resisto a pensar que hay razones sobradas para el optimismo. A pesar de las cepas británica, brasileña o sudafrican­a, los casos de COVID-19 comienzan a bajar. La tasa de incidencia recuperar cierta “normalidad” y provoca la descompres­ión de los hospitales. Y, por si fuera poco, las vacunas van llegando, con cierta cadencia, hasta el punto de que nos hemos olvidado de cuántas se ponen, quiénes se las ponen y el personal que lo hace. Temo haberles aburrido al final. Entendería que no hayan llegado hasta aquí porque hace dos párrafos que dejé de hacer “sangre”. Pero es lo que hay: un humano castigado por un año de sufrimient­o, pero aún capaz de ver lo bueno de lo que nos rodea.

Las vacunas van llegando, hasta el punto que ya es secundario las que se ponen o quiénes se las ponen

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