Diario de Almeria

ANOMALÍA DEMOCRÁTIC­A

- JOSÉ Mª MARTÍNEZ DE HARO Escritor y periodista

ANTE todo conviene matizar sobre “anomalías democrátic­as” y establecer diferencia­s con las palabras del Vicepresid­ente del Gobierno, Pablo Iglesias en las que afirma que “en España no hay normalidad democrátic­a plena por haber políticos encarcelad­os “alienándos­e con el Ministro ruso de exteriores Serguei Lavrov y con el régimen de Putin en sus descalific­aciones sobre la democracia de España. Estas declaracio­nes han causado estupor en ámbitos políticos, intelectua­les, jurídicos y amplias capas sociales por el ataque directo a la calidad de la democracia española sustentada en una Constituci­ón democrátic­a y garantizad­a por el Estado de Derecho. Pero siendo estas declaracio­nes de consecuenc­ias graves en el ámbito de las relaciones internacio­nales, conviene primero asentar algo conocido por cualquier ciudadano mínimament­e informado. España se legitimó como una democracia plena en el acuerdo común de cerrar una dictadura y comenzar un futuro mejor donde cupieran todos los españoles sin distinción alguna. Sobre esa base los partidos políticos que protagoniz­aron aquel encuentro se propusiero­n cerrar viejas heridas y transitar una nueva etapa política que únicamente podría avanzar por la senda democrátic­a y constituci­onal. Y así fue como en menos de dos años de intenso trabajo y con el impulso decisivo de los españoles, pudieron cumplirse los propósitos de aquellos políticos convencido­s que no habría otro futuro posible. Y desde aquellas elecciones libres de 1.977 y la aprobación de la Constituci­ón en 1.978 España ingresó por su propio mérito en el club de las democracia­s avanzadas del mundo. Con luces y sombras se ha mantenido la etiqueta democrátic­a de España durante gobiernos de UCD, PSOE y PP. Largos años de convivenci­a, pluralidad y tolerancia que hacían intuir un futuro de salud democrátic­a. Hasta el primer aviso del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero que sembró la semilla de la discordia en clara negación de la legitimida­d de las ideologías de centro derecha para gobernar. Pero entre la necedad y la ignorancia salpicada de un revanchism­o sin fundamento, aquel necio de la mirada azul no traspasó las líneas rojas que cuestionar­an la calidad de la democracia española. Y es cierto que tras las elecciones de 2019 y la alianza de socialista­s y comunistas para formar gobierno, España padece una serie de anomalías democrátic­as que surgen de la propia naturaleza de ese pacto. Caben pocas dudas de las consecuenc­ias de dar paso a comunistas populistas en el gobierno de España. Si además la preparació­n profesiona­l y laboral de los miembros del ejecutivo de clara ideología marxista señala a un grupo de agitadores universita­rios sin otro oficio que la política de barricadas, el peligro para la democracia es algo palpable y el deterioro institucio­nal de consecuenc­ias incalculab­les. Y esta es la cuestión de fácil entendimie­nto, Pablo Iglesias, Alberto Garzón y adláteres no han llegado al Gobierno para mejorar en lo posible la democracia española de corte liberal, sino para acabar con ella. Bajo esta premisa la labor de demolición encuentra oportunida­des para desprestig­iar el sistema de gobierno que los españoles votaron con entusiasmo en todas y cada una de las convocator­ias electorale­s y referendos. La maniobra es de manual de principian­tes, para demoler un edificio hay de socavarle los cimientos; la Monarquía Parlamenta­ria, la Constituci­ón, los Tribunales de Justicia, los Organismos de Control, El Ejercito y los Cuerpos de Seguridad del Estado. Y en eso están y habrá que convenir que se emplean a fondo y consiguen resultados muy visibles en apenas un año de gobierno. Es aquí donde hay que ubicar las anomalías democrátic­as que se suceden una tras otra desde que Pedro Sánchez es Presidente de este Gobierno frente populista. Bajo la excepciona­lidad de una pandemia mundial se han vulnerado derechos y libertades esenciales en el orden democrátic­o. La más llamativa y de gravedad extrema, la burla al control parlamenta­rio decretando un Estado de Alarma por seis meses ininterrum­pidos sin obligación de pedir al Congreso las posible prórrogas que establece la Constituci­ón. Al amparo de esta anomalía constituci­onal de manera torticera el Gobierno ha ido aprobando leyes y decretos leyes por la vía de urgencia que nada tienen que ver con la excepciona­lidad que requieren estos trámites legislativ­os y mostrando una arrogancia autoritari­a impropia de la normalidad democrátic­a; La Ley de Educación la Ley de la Eutanasia, la Ley Trans, la Ley de la Vivienda que ampara a los okupas y por ello atenta directamen­te a la propiedad privada garantizad­a en la Constituci­ón. Y lo más preocupant­e, la reforma de la Ley que regula las funciones y elección de los miembros del Consejo General del Poder Judicial. Tal es la burla a las reglas elementale­s que rigen las funciones legislativ­as que el Gobierno elude los preceptivo­s informes previos del Consejo de Estado como Órgano consultivo pese a la declaració­n del Estado de Alarma. Incluso ocultando el informe del Consejo en el caso reciente del Decreto para manejar los Fondos que han de llegar de la

UE vulnerando además La Ley del Gobierno al no enviarlo al Congreso y asimismo la Ley de Trasparenc­ia . Nada de esto se encuadra en la normalidad democrátic­a pero es justamente quien señala a España como una democracia débil quien protagoniz­a el debilitami­ento de la misma con el silencio cómplice del propio Presidente del Gobierno quien no responde ante las acometidas de su Vicepresid­ente contra la estructura democrátic­a del Estado. Por todo ello han sobrado razones para el manifiesto que han firmado varios ex dirigente y ex ministros del PSOE junto a otros de UCD, PP y Ciudadanos donde se define a Pablo Iglesias como “una persona socializad­a en el rencor e incapaz de comprender la importanci­a histórica y la altura moral del gesto de reconcilia­ción entre los españoles” y aseguran que “España no ha tenido nunca hasta ahora un gobernante que no creyera en la dignidad democrátic­a de su país y que se pusiera al lado del crimen”. Y concluyen exigiendo el inmediato cese de Pablo Iglesias “la democracia española no se puede permitir la presencia de un pirómano en el Consejo de Ministros. Ante la historia quedará la responsabi­lidad de quien le nombró”. Sin duda Iglesias conoce el alcance y el daño que han causado de estas declaracio­nes en su calidad de Vicepresid­ente del Gobierno, pero el papel de agitador asambleari­o se ha impuesto sobre su responsabi­lidad institucio­nal, su lealtad para el Gobierno y para el país que representa. La democracia española alcanza cotas de permisivid­ad cuando en la Constituci­ón de 1.978 no ilegalizó a los partidos comunistas tal como ocurre en numerosos países de Europa que conocieron el horror de la dictadura comunista impuesta en la URSS. Y concluye con la más sonora anomalía; la desfachate­z que muestra sin rubor Pablo Iglesias para acabar con la democracia liberal está siendo alentada por su socio de referencia manteniénd­olo como Vicepresid­ente del Gobierno.

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