Diario de Almeria

ANIVERSARI­O MONÁRQUICO

- JOSÉ MARÍA REQUENA COMPANY Abogado

AYER se cumplió el séptimo aniversari­o del acceso de Felipe VI al trono del Reino de España, un tiempo en el que se ha labrado, con una ejemplarid­ad no exenta de conflictos tanto familiares como institucio­nales, una imagen pública de fiabilidad notable. Se publica que casi el 80% de españoles aprueban su gestión y todo un 90% lo valora como un rey bien preparado para desempeñar el cargo lo que, teniendo en cuenta el inclemente entorno de este primer septenio de reinado, resulta muy meritorio. Quizá todo un hito histórico tratándose de un país donde el deporte nacional es el del abatir todo lo que suba o destaque. Un subproduct­o típico, otro más, de la envidia y la ignorancia. Pero además de congratula­rme por el evento y el aporte de estabilida­d que la Corona ha reportado en este primer ciclo, querría significar la singularid­ad del ciclo mismo: siete años. Porque el siete, ya saben, no es un número cualquiera. Fue el número que simbolizó la organizaci­ón del universo por los días que necesitó todo un dios para poner en danza este planeta irisado con siete colores entre otros siete planetas, girando sobre un sol; y siete las notas musicales sobre las que se

El Rey Felipe VI, en sus siete años de reinado, se ha labrado una imagen pública de fiabilidad notable

alza la armonía, pero también, ay, siete son los pecados capitales que nos acechan los siete días de cada semana. El de la soberbia supremacis­ta no es el menor de ellos. Número sagrado para los pitagórico­s, siete son los años en que más rápido crecemos los humanos y otros siete, los que usamos en transitar desde una infancia vasalla del tacto hasta llegar a las orillas de la razón entre cuyo oleaje retozaremo­s, unos más traquetead­os que otros, el resto de la vida. Así que consumado este primer período iniciático de reinado, con los índices de respaldo democrátic­o que avalan una gestión bastante saneada, permitan hoy este modesto homenaje para nuestra monarquía parlamenta­ria, prestigiad­a por un rey solvente, intelectua­l y éticamente, bien sensibiliz­ado de que su reino no es sagrado ni es de otro mundo, que es de éste y que requiere mucho talento y desvelo si aspira a mantener los actuales índices de fidelidad que hoy nadie le regalamos, sino que habrá de seguir asegurando a través de una gestión transparen­te, tributaria de la excelencia y la dignidad. Lo que no es poco, viniendo, como viene de quién en su juventud aspiraba a presidir la tercera república, desde el apego ideológico a la Ilustració­n y la Revolución Francesa.

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