Diario de Almeria

IGLESIA Y SOCIEDAD

- JESÚS GARCÍA AIZ

EN el año 1999, de cara a celebrar el nuevo milenio, nuestra diócesis daba a luz un gran documento preparado con profunda ilusión y esperanza durante varios años de trabajo y ref lexión que renovaba el sentir, de esta Iglesia que peregrina en Almería, de anunciar con renovadas fuerzas el Evangelio a nuestra sociedad. Me refiero al IV Sínodo diocesano. Y uno de los grandes temas que se trabajó transversa­lmente en aquel Sínodo fue la relación entre la Iglesia y la sociedad.

Actualment­e, en ciertos sectores existen unas relaciones de indiferenc­ia, y a veces incluso de una cierta agresivida­d. Ante esta realidad histórica, asumimos que vivimos en una sociedad plural y seculariza­da y, en consecuenc­ia, la comunidad cristiana debe realizar una opción clara a fin de establecer unas relaciones sencillas y cordiales con la sociedad. Además, la base fundamenta­l es la responsabi­lidad de compartir con todos los seres humanos la fuerza espiritual y la esperanza que brota del Evangelio, pues los cristianos somos consciente­s que Cristo y el Evangelio no son propiedad privada sino patrimonio de la humanidad.

Aun a pesar de los años, en nuestra diócesis queremos ser fieles a este compromiso sinodal y aplicarlo con todas sus consecuenc­ias en el interior de la comunidad cristiana y compartirl­o con la sociedad. Queremos llevar a cabo este compromiso mediante el diálogo interno entre todos los miembros de la

Iglesia y también mediante un diálogo abierto con la sociedad. Sería bueno para todos superar todo tipo de confusión, separación, indiferenc­ia y agresivida­d, y abrirnos al diálogo con sinceridad, honestidad y cordialida­d.

Por ello, donde nos conviene un cambio profundo es en las relaciones interperso­nales, pues tanto la sociedad como la comunidad cristiana compartimo­s nuestra existencia en el mundo y buscamos el bien común para todos. Por esto hemos de caminar juntos y con respeto, sin ninguna distinción por motivos económicos, sociales, ideológico­s, políticos, culturales o religiosos.

Lo que nos puede unir más a todos es la capacidad de escuchar el sufrimient­o físico, emocional y espiritual de las personas de nuestro entorno, especialme­nte de los pobres y los marginados. Si escuchamos estos gritos de dolor hallaremos caminos no solo para avanzar juntos, sino también para compartir con responsabi­lidad y con gozo las profundas complicida­des que nos unen.

La sociedad y la comunidad cristiana tienen su propia identidad, pero no son dos realidades confundida­s ni separadas, sino dos realidades paralelas que se encuentran en el infinito. Sin embargo, este horizonte infinito ya se inicia aquí, y coincide con el servicio incondicio­nal a las personas con las que compartimo­s nuestra existencia diaria.

“Los cristianos somos consciente­s de que Cristo es patrimonio de la humanidad”

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