ANIVERSARIO CON RUIDO DE FONDO
HAY mensajes delatores, incluso sin mediar palabra alguna, solo por las preguntas que dejan flotando en el aire, como las linternas de bambú y papel de arroz que sobrevuelan los cielos chinos. Cinco años después, el pasado miércoles se homenajeó a las víctimas de los atentados en Barcelona y Cambrils. Por supuesto, todo discurrió según la liturgia habitual: concentración en el Plá de l’Os frente al Mosaico de Miró, Cant dels Ocells, ofrenda floral, globos blancos y políticos, que esta vez cedieron el protagonismo a las víctimas y a sus familiares. Pero en segunda línea ya se ubicaron el president Aragonès, la presidenta Batet, los ministros Iceta, y Raquel Sánchez, junto a la alcaldesa Colau. Fueron la cara más visible de una presencia política, nutrida y casi sin distingos. Hay momentos y hechos que están, que deben estar, por encima de divisiones partidistas, básicamente porque golpean a una sociedad, a toda ella en su conjunto. Pero en el acto de Barcelona hubo una nota discordante, pitada incluida, en gran medida predecible. El inefable Puigdemont lleva años tejiendo sombras acerca de los atentados, dudas nunca aclaradas, zonas oscuras. Finalmente, el independentismo se ha vestido con el uniforme de Puigdemont y ha hecho
Puigdemont recurre ala misma estrategia que emplear a Azn ar, cuando atribuyó con insistencia losatentadosdel11- MaETA
circular la tesis de que tras los atentados yihadistas estaba la mano del CNI y del Estado español. Hasta tal punto están convencidos de ello que Jaume Alonso-Cuevillas, antiguo abogado del expresident y actual parlamentario independentista, ha denunciado la supuesta trama ante el Supremo. El discurso reaccionario nacionalista es, en sustancia, el mismo, con independencia del tipo de barniz con el que se recubra. Es más, a menudo comparte argucias retóricas, incluso entre nacionalismos que están, en apariencia, enfrentados. Puigdemont recurre a la misma estrategia que empleara en su día Aznar, cuando atribuyó con insistencia los atentados del 11M a ETA. El caso del independentismo catalán resulta incluso más delirante, toda vez que ha decidido convertir al enemigo, al estado español, en paradigma de fascismo. Como mínimo, es una desconsideración hacia un país que ha padecido 40 años de dictadura. Pero, además, constituye una ironía macabra, cuando el sucesor de Puigdemont fue acérrimo seguidor de Estat Català, esta vez sí, un partido de corte fascista. En todo caso, la cuestión que deja flotando el independentismo me parece especialmente grave: si nos respetan la memoria de sus propios muertos, si no se solidarizan con las víctimas y sus familiares, ¿a qué país representan?