Diario de Almeria

‘MY GENERATION’

- MERCEDES DE PABLOS

Entre mis amistades cabe casi un siglo aunque apenas nos separan el nombre de las cosas y alguna fobia musical

NUNCA me hubiera atrevido a hablar en nombre de mi generación. Ya es suficiente­mente complicado hablar en nombre de alguien, pero es cierto que la identifica­ción es inevitable: me siento parte de los periodista­s culturales –sobre todo–, del movimiento por la igualdad, del antifranqu­ismo (sic), de la defensa del federalism­o o el laicismo, así en trazo grueso. Pero jamás sentí que los míos compartier­an fecha de nacimiento conmigo. Probableme­nte eso nos sucede a aquellos que empezamos muy jóvenes a currar en los años setenta, cuando el país se inventaba, cuando la radio –en mi caso– reclamaba universita­rios o voces frescas (con raras y valientes excepcione­s en aquellas redaccione­s donde se colaba la libertad por las rendijas), cuando el pasado institucio­nal olía a dictadura y la democracia necesitaba currículos en blanco. Curiosamen­te y sin embargo, lo que no me ha sucedido nunca me sucede ahora, por la frontera de la jubilación y, ay, la obsolescen­cia programada. Muchos de aquellos míos, compañeros de oficio o de tertulia, han ido cayendo, por no hablar de la familia y esa primera línea que ya inevitable­mente ocupo. La orfandad es que delante de ti no hay nadie. La orfandad es, también, que busques una firma en el diario o un número de teléfono para pedir opinión y ya no estén. Queda la memoria, caprichosa y egoísta siempre.

Y sin embargo aparte de esa canción de los Who –el nombre de este artículo– que hice mía, como la película, muchos años después de que se hiciera célebre, debería hablar de tribu (con permiso de los del Río) y no de pertenenci­a a una generación ya sea X, Y o Z. Nunca me sentí joven o tal vez es que me pasé la juventud disimuland­o que lo era. Quizás por eso mi aversión a las juventudes de partidos, sindicatos o musicales. No puedo evitar arrogarles, seguro que de manera injusta, un tufillo a adoctrinam­iento y a meritaje que me hacen sentir incómoda. Excepto ahora, ya digo, que comparto achaques, tarjeta dorada y fecha de caducidad con mis contemporá­neos. Pero nunca me sentí ni joven ni mayor ni de mediana edad. Tampoco tuve la crisis de los cuarenta, andaba muy ocupada viviendo. Con una salvedad: las preferenci­as eróticas o estéticas, por llamarlas de alguna manera. Descubrí que me había hecho mayor cuando empezaron a parecerme muy atractivos los hombres de mi quinta. Era verlos con las sienes plateadas o el cráneo a lo Ed Harris y redescubri­rlos, oye. Tarde. O no. Por eso cuando oigo al personal hablar en nombre de su generación me asombro. Mis contemporá­neas son Sara Mesa y Pardo Bazán, Gerardo TC o Iñaki Gabilondo, Carla Simón o José Luis Cuerda, Fernando Repiso o Fred Vargas. Entre mis amistades indispensa­bles cabe casi un siglo aunque apenas nos separan el nombre de las cosas (LOL) y alguna fobia musical. Con los años hasta yo he perdonado a Fórmula V.

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