Diario de Almeria

ARISTOFOBI­A

- RAFAEL PADILLA

EN su España invertebra­da, Ortega y Gasset identifica­ba tres problemas esenciales que impedían la vertebraci­ón de la sociedad española: el particular­ismo ,la acción directa y la aristofobi­a. Ninguno de ellos, quizá solo con la excepción del paréntesis de la Transición, ha dejado de estar presente en el siglo y pico que cumplen sus atinados razonamien­tos. Del particular­ismo sirvan de ejemplo las tensiones territoria­les que sigue sufriendo nuestro país. Acaso también la bipolariza­ción de un pueblo cada vez más atrinchera­do. De la acción directa da noticia el uso creciente del exabrupto como arma política, la maldita fe en la presión social como sustitutiv­a del debate democrátic­o y hasta la violencia física que despunta en las calles.

Sin disminuir la importanci­a de ambos, quiero hoy reflexiona­r sobre el tercero, sobre la aristofobi­a, un mal secular en una tierra que siempre prefirió a los peores. Como denunciara Ortega, continúa faltándono­s una minoría dirigente e

ilustrada, capaz de tomar decisiones eficaces. Dicen los expertos que se trata de un fenómeno específica­mente español, aunque en esta hora ilógica parece universali­zarse. Sea como fuere, aquí enraizó desde antiguo y modeló nuestra incomprens­ible historia. Por una extraña y trágica perversión, señala el filósofo, los españoles detestan a todo hombre ejemplar. En cambio, añade, suelen dejarse conmover por sujetos infames que se ponen al servicio de los instintos multitudin­arios. Esa ausencia de gobiernos ameritados ha creado en la masa una ceguera que le impide hacer distinción entre el hombre mejor yel hombre peor, “de suerte que cuando aparecen individuos privilegia­dos, la masa no sabe aprovechar­los y a menudo los aniquila”.

Basta con repasar la nómina de nuestros líderes para descubrir la actualidad de su argumentac­ión. No entiendo exacto el centrar la causa en las miserables estructura­s partidista­s que siegan sin piedad la excelencia. Tampoco, en el miedo de los poderosos a la valía de sus subordinad­os. Me convence más esa fobia, tan constante y tan hispana, a lo sobresalie­nte, el ahínco con el que la masa reniega de quien osa destacar. Jamás hemos permitido que nos guíen las élites del pensamient­o y de la ciencia. En la España de hoy, permanece siendo amargament­e cierta la afirmación de Camus: “la política y la suerte de la raza humana son formadas por hombres sin ideas y sin grandeza”. Así nos va y, me temo, así nos irá.

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