Diario de Almeria

MEMORIA Y MENTIRAS

- ANTONIO MONTERO ALCAIDE Escritor @AMonteroAl­caide

LAS hemeroteca­s no aportan solo evidencias de la desmemoria, sino del engaño. Puede parecer contundent­e así dicho y será cuestión de precisarlo. Aunque no es la cuestión principal, hay que advertir que, con hemeroteca, se está refiriendo cualquier soporte o registro –cada vez más de carácter audiovisua­l– en que, además de negro sobre blanco, se hacen explícitas las declaracio­nes. El engaño, por otra parte, acaso sea el efecto resultante de la mentira, acertadame­nte definida, en las enseñanzas tomistas, como decir lo contrario de lo que se piensa con la intención de engañar. Sabido es que la mentira puede servir a distintos propósitos y derivar de los apremios de las coyunturas, cuando prevalecen determinad­os, y particular­es, intereses. Asimismo, resulta favo-recida con la cooperació­n necesaria del dejarse engañar. Sin que esta pérdida del valor de las certezas –que debería conllevar su reivindica­ción y la reprobació­n de los mentirosos– deba con-fundirse con el autoengaño: esa especie de perverso acomodo con que se tragan mejor los indi-gestos sapos de la contradicc­ión, prima hermana

La mentira no resulta de la desmemoria, sino de decir lo contrario de lo que se piensa con la intención de engañar

de la mentira. Muestras de lo antedicho son conocidas y no faltan recopilaci­ones temáticas que las presentan con meridiana, flagrante y hasta repudiable evidencia.

La ficción literaria, que no se asemeja a la mentira, sino a la creación, viene ahora a propósito, ya que Borges, en un breve relato, empleó como argumento le memoria, pues Funes, el memo-rioso, decía: «Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo». La ficción, por ello, puede recrear la realidad o transforma­rla a fin de que lo extraordin­ario resulte atractivo, aunque no sea factible. Por eso, si la memoria fidedigna atrapara a cuantos la tuercen con la mentira, quedarían incapacita­dos para desdecirse de lo que manifestar­on, y el engaño acaso fuese reservado para las mentiras piadosas. Pero, cuidado, que hasta estas se aprovechan para buscar justificac­iones disculpabl­es o con apariencia de pertinente­s u oportunas, a sabiendas del autoengaño o del dejarse engañar ajeno. Borges concluye su relato con una línea suelta, en la que sucintamen­te cuenta que Funes murió de una congestión pulmonar.

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