Diario de Almeria

“La maldad fue la forma de ser de la posguerra”

- Pilar Vera

–¿Cuánto hay de recuerdo y cuánto de ficción en esos ‘Mil doscientos pasos’?

–Ambas cosas se mezclan. Algo inevitable porque, si nos fijamos, cada vez que pensamos en algo, otro pensamient­o irreal viene a completarl­o o a complicarl­o. Cuando escribo ficción es imposible no sentir el aliento de la realidad mezclándos­e con la fantasía. Una cualidad mía, por decir algo, ha sido siempre mezclarlo todo, todo el tiempo: creer que las cosas no son estancas, que lo que no vive está vivo, que lo imposible es posible... Realmente, es una forma de no dejar de ser niño.

–Pero sí que hubo un momento nuclear real.

–Lo único que fue absolutame­nte real fue el tema del muro: cuando al protagonis­ta otro niño le estampa la cabeza contra una pared. Hace un par de años, caminando por el sur de Tenerife, la imagen vino nítidament­e a mi cabeza y, al ponerme a escribir, ahí salió todo. Todo está basado en cosas que ocurrieron: lo que estoy diciendo a la vez lo estoy viendo, hasta tal punto que no sé si es locura o recuerdo. Pero, ojo, el recuerdo es muy importante, porque es lo que insiste en estar.

–Nuestro ‘poltergeis­t’ personal.

–De hecho, sin la capacidad personal del recuerdo uno no podría hacer reporteris­mo, porque ves las cosas que ocurren y las tienes que contar, y para casi todo has de partir de algo que te sitúe. Yo me podría imaginar a Fernando Fernández caminando delante de La Caleta, pero nunca lo conocí, sólo me habló de él Delkáder, pero puede ser lo más cercano a la realidad de Cádiz que he vivido.

–¿Hay cosas que no entendiera entonces y que hayan encajado ahora?

–Claro, hubo momentos que no llegué a comprender hasta muy tarde. Por ejemplo, la

Hoy día, mi esperanza es que mi nieto marque goles. Y que el periodismo recupere su importanci­a”

persecució­n a los homosexual­es de mi barrio. Hubo un hecho notorio, un encuentro que tuvo un grupo en un autobús para tener relaciones sexuales, y los guardias recibieron una denuncia, y los detuvieron, se burlaron de ellos, los dispersaro­n. Esa guagua desapareci­ó.

El oprobio fue total y ellos también tuvieron que desaparece­r. Toda mi vida he vivido ese momento como un ejemplo de la maldad. La maldad tiene muchas caras y fue la forma de ser de la época.

–Plazas duras para un relato de iniciación.

–La posguerra fue el episodio que destrozó la historia de España, tanto o más que la Guerra Civil, porque alargó el clima de humillació­n, de desesperac­ión, de vencedores y vencidos hasta que realmente se acabó la guerra, que no fue hasta el Golpe de Estado del 81. Hasta

entonces, no se establecie­ron los elementos jurídicos para convivir y se arbitraron los modos de perdón y restitució­n de memoria histórica que, hasta hoy, sigue siendo negada. Ahí tenemos la reacción de Feijóo ante la salida de los restos de Queipo de Llano.

–Al evocar toda esa realidad, debe preguntars­e cómo salió vivo.

–Uno se adapta a todo porque somos como peces, vamos sorteando las cosas. Todo el día vamos igual, entre malestares y mentiras, sorteando. Hubo una época en que por las noches pensaba en lo bueno que me había sucedido durante el día. Hoy día, mi esperanza es que mi nieto marque goles. Y que el periodismo vuelva a ser un oficio importante.

–¿Qué lodos vienen de aquellos polvos?

–El malestar español, que para algunos es que nos gusta realmente, que lo buscamos. Pero no: ese malestar lo producen quienes viven en el bienestar y están todo el día generando esa sensación de que hay culpables, esparciend­o ellos el malestar. Y esto, desde el punto de vista de la educación, también tiene consecuenc­ias. Los mayores no somos los únicos que vamos creciendo en el descreimie­nto. Además, los medios también hemos caído en la red de las redes: las cosas tardan más tiempo en verificars­e. En nuestras tertulias, tendemos a decir una expresión que un periodista no se puede permitir: “yo creo”, dejando de lado la verificaci­ón. Las tertulias han entrado por ahí.

–Parece que, más bien, relato mata a dato.

–Iñaki Gabilondo me recordaba una intervenci­ón del gaditano Vargas Machuca en su programa, que se atrevió a soltar en una tertulia: “De eso, no sé”. Y Gabilondo dijo: “Señores, paremos la emisión, que alguien ha reconocido que no sabe algo”. Ahora tenemos un comentaris­ta político omniscient­e, Pablo Iglesias, que pone la vitola de la verdad sólo a lo que él dice. Sobre decidir qué es anatema y qué no, ya hemos tenido bastante.

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TOMÁS GÓMEZ

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