Diario de Almeria

NUESTROS PADRES, NUESTROS ABUELOS

- LUIS IBÁÑEZ LUQUE Profesor de Secundaria luis@utopiayedu­cacion.com

NO lo tuvieron fácil. En esos lejanos 50, 60 y 70, nada lo era. Tuvieron que dejar de estudiar muy pronto, aunque tuvieran cualidades para ello, aunque les interesara. No eran los años de la guerra civil y recién había terminado la posguerra, pero no sobraba de nada. Era necesario trabajar para contribuir a la economía familiar. La alacena con la comida estaba siempre cerrada, porque una familia numerosa no se podía permitir tenerla siempre abierta y coger lo que cada cual quisiera. Eran tiempos grises, donde se cantaba el «cara al sol» antes de entrar a clase, había que besar la mano del cura si te cruzabas con él, los niños y las niñas iban a aulas separadas, la guardia civil te podía pegar una paliza por robar unas naranjas o disolver cualquier reunión, así porque sí, porque «no son horas».

Fueron niños que se divertían en la calle, el campo… con las piedras, las ramas, los animales… inventando («nada bueno» a ojos de los mayores). Niños que tuvieron que dejar de serlo muy pronto. Con la energía que dan los veinte años, burlaban como podían toda la carga de imposicion­es sociales, a veces cantando, bailando, haciendo de las suyas, ansiando una libertad que costó mucho conseguir. Lo pasaron realmente bien, por qué negarlo. Parecían reírse de todo lo establecid­o, creían, como creen todos los jóvenes de todas las generacion­es, que las cosas podrían ser de otra manera.

Cuando formaron una familia, hicieron lo que mejor sabían hacer: trabajar, trabajar y trabajar. A pesar de no estar preparados para ello, se zambullero­n, saltaron al vacío, se preocuparo­n también por darnos unos profundos valores personales. Nos enseñaron a montar en bici, a nadar, nos llevaron a la playa o a las humildes vacaciones que podían permitirse. Nos hicieron sentir que éramos únicos, que éramos importante­s y que podíamos llegar donde quisiéramo­s, sin límites. Querían, por todos los medios, que tuviéramos una vida mejor que ellos… y lo consiguier­on. Nos dieron un futuro a través de unos estudios. Sentaron las bases para ser lo que somos hoy en día.

Esta es la historia resumida de mi padre, Luis Ibáñez Cervilla, a quien dedico hoy esta humilde columna, y es también una historia compartida que no nos podemos permitir perder. Traigamos estas historias a nuestros días, compartámo­slas, hablemos con ellas y ellos, en el aula y en los centros, en familia, mientras los tengamos a nuestro lado.

Cuando formaron una familia, hicieron lo que mejor sabían hacer: trabajar, trabajar y trabajar

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