Diario de Almeria

CUANDO EL ODIO TOMA LA TRIBUNA...

- Abogada amateaboga­da@yahoo.es

ESTABA preocupado, las cosas empezaban a ir mal para su país, y la convivenci­a corría un serio peligro, recordó un chiste publicado por una revista satírica en la época de la transición. Un político del régimen se dirigía al público en un mitin, y preguntaba a voz en grito: “nosotros o el caos?”, y la multitud congregada gritaba: “el caos, el caos!”, a lo que este contestaba: “el caos también somos nosotros!”. Y él se preguntaba qué sociedad puede crecer y avanzar mutilada por el odio. De forma sibilina, se iba instalando en las calles un ambiente enrarecido de tensión y repulsa hacia quien pensara distinto, sin ninguna justificac­ión objetiva en una sociedad madura y democrátic­a. No acertaba a adivinar a qué intereses espurios obedecía tal estrategia, desde luego, a nadie que amara a su país, de eso no tenía ninguna duda. Como todo operador de la justicia sabía que la idea romántica de lo justo, era de todo punto inaprensib­le y subjetiva. Diariament­e litigaban ante los tribunales personas enfrentada­s por intereses contrapues­tos, en la convicción cada una de ellas, de que estaban en posesión de la verdad, pero solo una ganaba el pleito, y la otra considerab­a la Sentencia injusta. Social y políticame­nte los ciudadanos litigaban diariament­e, sin tener conciencia de ello, por considerar que sus razonamien­tos

eran los únicos válidos y dignos de tener en considerac­ión. La convivenci­a la mantenía entonces la empatía, la capacidad de entender al otro, aunque no se compartier­a su opinión, la actitud de escuchar y de rebatir con argumentos, y el respeto al que piensa distinto. En definitiva, lo que mantenía ese equilibrio eran las normas de las que se dotaba una sociedad y los referentes que eran el espejo en el que se miraban los ciudadanos con su conducta y sus opiniones. Entonces, ¿qué podía pasar cuando se traspasaba­n todas las normas de convivenci­a, el respeto al

otro, y el lenguaje soez y agresivo tomaba la tribuna y las calles? La única solución era elegir entre “nosotros o el caos”, y en esta ocasión “nosotros”, éramos tod@s, una sociedad madura y democrátic­a, a la que no se le podía manipular desde los estrados en los que, personas sin miramiento­s, conculcaba­n el honor y el respeto de todo un país al que representa­ban los allí congregado­s. Pensaba que nada era más peligroso que una multitud enardecida, la historia estaba llena de ejemplos, ninguno de ellos exitoso para el pueblo, que empujado por quienes ponían el dedo en la llaga de sus problemas, les enviaba derechos a su destrucció­n. Sabía sin ningún género de dudas, que entre “nosotros o el caos”, absolutame­nte siempre estábamos “nosotros”: la mesura en la crítica, la corrección en el lenguaje y el respeto al otro como única forma de convivenci­a. El discurso del odio en estrados, provoca ríos de intransige­ncia en las calles, y las únicas víctimas son los viandantes.

En definitiva, lo que mantenía ese equilibrio eran las normas de las que se dotaba una sociedad y los referentes

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