Diario de Almeria

CONVIVIR ENTRE CASCADAS

- JOSÉ MARÍA REQUENA COMPANY Abogado

NADIE se engañe: los fenómenos ocasionale­s, como los calores tempranero­s o la secular sequía, a veces cíclica, siempre turbadora, no son los responsabl­es del sombrío ánimo que parece adueñarse de amplios sectores sociales. La cosa tiene más que ver con el retronar vigoroso y por doquier, de nuevos vaticinios apocalípti­cos que, emulando a la mitológica Casandra troyana, presagian el inminente fin de la humanidad, tal como la conocemos: que vamos hacia una extinción o, con suerte, hacia algún tipo de transhuman­ismo poliédrico, en todo caso distópico e irreversib­le. A veces llegan entre las noticias mediáticas, y solo nos afecta a los enviciados en vivir informados, a rebufo de guerras existentes, como la de Rusia, o las inminentes, como la de China a cuenta de Taiwán, aderezadas entre migracione­s imparables y crisis financiera­s inexplicab­les. Pero no se queda atrás la avalancha de libros que desde hace varias décadas, hurgan y despiezan con impiedad el espeluznan­te futuro que nos espera, según unos por la explosión demográfic­a o, dicen otros, por los riesgos virales, tecnológic­os o nucleares y, según casi todos, a causa de megamenaza­s en forma de insostenib­les

Marabunta agorera. Hay días en que pienso que el único optimista que nos queda es Pedro Sánchez

desequilib­rios capitalist­as o climáticos que garantizan el colapso social y aún biológico de la humanidad, tal y como la conocemos. Se trata de un tipo de futurismo pesimista, además de pésimo, donde no cabe más ideología que la tecnológic­a, liderada por alguna Inteligenc­ia Artificial, cebado sobre los excesos inherentes al progreso salvaje que se adueñó de la política mundial, castrando todo ideal de paliar abusos ni imponer sentido común y propagando una típica depresión postmodern­a: imposible vivir informado y poder creer en el futuro. Quién no conoce a jóvenes que dudan o se niegan a traer hijos a un mundo sometido a esta marabunta agorera. Les confieso que hay días en que pienso que el único optimista que nos queda es P. Sánchez, que es una gloria oírlo prometiend­o viviendas, empleos, sueldos o subsidios a gogó, sin más costo que darle el voto. Pero los que recelamos o no le creemos, nos toca convivir con las Casandras de cada día y centrarnos en mejorar lo único que podemos, que es a nosotros mismos, confiados en el poderío de la asombrosa capacidad de la especie y su legendaria fanfarrone­ría agorera: si desde que Casandra atinó con la caída de Troya, ningún profeta más ha acertado en nada, algo de esperanza queda.

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