“La chorrica es sagrá”
● A modo de efeméride; el 26 de abril de 1970 los ciclistas de la XXV Vuelta a España llegaron a la ciudad de Almería. Todo un acontecimiento
LA meta se instaló en el Parque y allí miles de niños nos concentramos para ver a aquellos atletas subidos en unas espectaculares bicicletas escoltadas por coches imponentes, motos de gran cilindrada y furgonetas desde las que unas muchachas en minifaldas de colores repartían gorras, botellas de plástico y camisetas. Equipos como “La Casera”, “Bic”, “Kas”, “Fagor” o “Werner” invertían un dineral en artículos de promoción en las metas de las 19 etapas.
Pero ante el magnífico e inusual acontecimiento que el rico lenguaje del periodismo deportivo definió como “la serpiente multicolor” hubo un detalle que a muchos chiquillos almerienses nos sorprendió: las piernas de los ciclistas. No tenían ni un pelo.
Acostumbrados a ver durante el verano en las playas de Las Conchas o de San Miguel muslos peludos y pantorrillas masculinas al estilo Alfredo Landa, aquellas extremidades musculosas, brillantes y depiladas de los deportistas llamaban poderosamente la atención. Domingo Perurena, Luis Ocaña, Miguel María Lasa, Jesús Manzaneque, Agustín Tamames, Eddy Peelman… todos iban pulcramente rasurados. En cambio, hace 53 años, si un hombre de Almería se depilaba las piernas y no era ciclista, nadador, judoca o boxeador llevaba irremediablemente a conclusiones erróneas sobre su presunta virilidad. Así éramos.
Durante los últimos años del franquismo y primeros de la transición, los almerienses que se afeitaban sus extremidades debían recurrir a los sistemas caseros que, también, empleaban algunas mujeres. Aquella cera ardiendo que al tirar arrancaba el vello, la epidermis, la dermis y el subcutis de una vez, acompañado de un potente grito de dolor del usuario… o aquellas maquinillas de cuchillas “Bic” de hoja integrada, que terminaban manchadas de sangre. Carnicerías domésticas por alcanzar la belleza.
La presencia masculina en los primeros centros de belleza que se inauguraron en la capital era casi nula; anecdótica. Cuando el 10 de junio de 1974 abrió “Peluquerías Costasol”, su dueño, Juan Martín Rodríguez, contempló una zona de caballeros para tratamientos capilares, manicuras y tintes, pero la depilación a la cera solo se publicitaba para señoras. El salón de belleza “Mary-Cruz”, en 1975, poseía en la calle Alcalde Muñoz una extensísima variedad de servicios destinados casi en exclusividad para la mujer. Igual que hace 48 años el “Salón Nona”, instalado desde el 25 de marzo de 1975 en el Centro Comercial Altamira. Éste implantó en la capital la “depilación eléctrica a la cera”, amén de otros servicios. También existían las llamadas “Estheticienne”, que iban, de casa en casa, con sus artilugios metidos en un maletín de piel depilando con cera a las señoras. Habitualmente, cuando el marido estaba fuera trabajando y ellas gozaban de la intimidad del hogar.
La figura masculina ni aparecía en los mensajes publicitarios de aquellos salones de belleza de los años 70 y 80. Ana Rubio Cazorla abrió en el Paseo número 26 “Belle-Dame” y en 1979 sólo planteaba sus amplios y profesionales servicios para mujeres. Igual que “Elien”, en la cuarta planta del “Edificio Remasa”. Remedios Pérez también fue una de las primeras profesionales locales en apostar por el negocio de la belleza; en 1971 implantó la depilación definitiva y permanente mediante el método de electrolisis y termolisis.
El “Gimnasio Almería”, que ya existía hace 52 años en la calle Reyes Católicos número 8, fue, quizás, el primer establecimiento público en ofrecer la depilación para hombres. Lo hizo cuando en 1975 se trasladó a un amplio local del inmueble del número 18 y sumó esa propuesta a su oferta de servicios, que eran defensa personal, kárate, sauna, masaje, judo o gimnasia.
Durante los años ochenta, el hombre seguía sin pisar con asiduidad los centros de belleza; los más osados comenzaron a ir a “Fays”, en la antigua Rambla Alfareros, pero no fue hasta la inauguración de “Vitalmar”, en el nuevo “Hotel Portomagno” de Aguadulce, cuando se normalizó la presencia de clientes masculinos. Manuela Sevillano era en 1991 la esteticista y además de los innumerables servicios de belleza se podía optar por la depilación a la cera y eléctrica. El empresario Jorge Molina era, desde febrero de 1989 el gerente de “Vitalmar” y la responsabilidad médica del doctor Gerardo Ordiales Benayas. En 1991 llegó a un local del “Edificio Tauro” la “Clínica Simin” con el método “Electro-Blend”, que combatía los folículos curvados.
A partir de los noventa, se multiplicó la existencia de negocios y clínicas de belleza donde hombres y mujeres podían depilarse: Irene Korsos y sus clínicas de electrología en la calle Pueblo y en El Ejido; “Tahal”, de Meli Morales Navarro, en Aguadulce; “Natur”, de Dolores López, en la calle Retama; “Nuria” en la calle Altamira; “Hidrobelleza” en el “Hotel Acquaplaya”; “Depilaser”, en Marqués de Comillas; “Indalaser”, en Nueva Almería o las grandes marcas como “Corporación Dermoestética”, que abrió en 1998 en la calle Granada.
En todas ellas el cliente masculino se fue incorporando poco a poco hasta convertir su presencia en algo cotidiano. No obstante, en ocasiones, entre los hombres almerienses que acuden a depilarse de forma integral por primera vez existe el “resquemor” a que sus partes íntimas sufran con el rasurado. Así le pasó a un amigo mío que se estrenaba en eso de la depilación total y estaba nervioso perdío. La esteticién, acomodándolo en su cabina, le miró con ojos de gata y le susurró al más puro estilo almeriense: “Tranquilo, Pedro; la “chorrica es sagrá”.