Diario de Almeria

LOS CAUTIVARON LOS MOROS Capitanes Perceval en Almería

- Catedrátic­o licenciado en Bellas Artes

SIENDO posguerra y director de Yugo el periodista Molina Fajardo, a sus ruegos, prestó Jesús de Perceval, entre otros, un memorial de méritos de un capitán de su familia para un libro que en Granada se estaba escribiend­o sobre piratería en su costa y para allá que hizo un viaje solo de ida. Pero una vez más vino en ayuda de la cultura almeriense nuestro artista conservand­o la memoria de su contenido que es sustentado­r del primero de los tres personajes que protagoniz­an este artículo, un relato que oí encantado y así se lo transmito a ustedes con la imprecisió­n de la transmisió­n oral y el añadido de alguna salsa de aderezo.

Su escenario la Almería del siglo XVII, una ciudad que vive pendiente de su mar pirata, con una costa larga en leguas y peligros, cuando por el horizonte ve aparecer una flota turca que a no tardar y sabiéndose fuerte e impune, desembarca y monta con tiendas el campamento desde el que corretear la vega al saqueo. Ya antes de que ningún turco hubiera puesto un pie en tierra, la gente o ha corrido río arriba para alejarse del peligro o se ha venido a guarecer en la ciudad que no puede hacer otra cosa que encerrarse tras sus muros y despachar emisarios en demanda de ayuda ante su falta de hombres y armas. Echa la ciudad un bando por el que ordena

Y entonces cae en que ha dejado atrás el río, su libertad y ha pecado de ligero

que nadie bajo ningún pretexto salga fuera de las murallas hasta en tanto no se haya organizado una fuerza capaz de desplazar a los invasores. Esta orden, el sentido común y el instinto obligan a todos… menos a nuestro Perceval que de muchacho impaciente se acaba de convertir en hombre hecho, derecho… y desobedien­te: con las primeras luces del alba ensilla el caballo y, espada al cinto y escopeta al muslo, sale en silencio de la casa hacia la hacienda familiar de la vega de Allá.

No sé qué contaría a la guardia de la Puerta del Sol, pero el caso es que el joven se ve pronto con el sol naciente en la cara, de espalda a la muralla alejándose al trote por el camino que, ajeno a que con el tiempo será calle Rueda López, de los Picos… pronto lo lleva por la vega de Acá, su tierra en silencio, sin gente ni animales, la cercana mar sin un barquito…

Un tanto sobrecogid­o y con el turco en la oreja llega al fin al Andarax… medio camino hecho, mira la vega de Allá y la ve paisaje como el que acaba de dejar atrás: inanimado, sólo a lo lejos los navíos enemigos fondeados, sus gallardete­s al aire y ante ellos en la playa tiendas de campaña y hormigueo de gente.

Decidido a proseguir cruza el lecho seco del río y fue alcanzar la otra orilla, cuando de uno de los pocos setos de árboles que por allí había sale un grupo de lanzas y varios caballos que lo rodean amenazante­s.

Y entonces cae en que ha dejado atrás el río, su libertad y ha pecado de ligero: de haber hecho la lectura, imposible, de García Lorca habría caído, en que fue “a la mitad del camino’’ donde al Camborio, yendo “a Sevilla a ver los toros, lo cautivaron los moros”. Cuando los turcos llegan con él al campamento ya llevan horas los padres a Díos rogando por su vida, pero con el mazo, más que dando, rascando orzas, faltriquer­as y arcones en busca de la plata que se necesitará para su redención.

Ya en el barco de su cautiverio más de una vez pensó en cómo le había precedido en la desgracia su antepasado de un siglo atrás: el primer capitán Perceval que acabó cautivo no se sabe si apresado por los moriscos o por cualquier acción de guerra, pero el caso es que en tierras de África andaba esclavo cuando vio una preciosa virgencita de talla de madera estofada y traza medieval que a modo de triunfo iba en la lanza de un turco hincada.

Se hizo con ella y la guardó como oro en paño en tierra hostil hasta que, Dios y plata mediantes, retornó a su Almería natal y lo primero que hizo fue darla a la capilla de la Catedral que desde entonces se llamó de la Piedad por deseo del obispo Corrionero que allí se echó en 1570 al sueño eterno y velado estuvo por la pequeña imagen cuatro siglos hasta que lo que no pudo un turco feroz con una lanza lo logró un zote con una cerilla en 1936. Ardió un original grande en su pequeñez y de sus cenizas surgió una talla, la de hoy, muy bonita, quizás de más, como si ilustració­n fuera de un cuento… La vinculació­n de la familia Perceval con esta virgen se mantuvo hasta hace poco -recibo hay de haber pagado el aceite anual de 1975 doña María de Perceval y del Moral- y aún hoy se mantiene: de Jesús de Perceval y su arte es obra el retablo que la dora y realza.

Pero no se acaban con este los capitanes en la familia Perceval: Antonio Pérez de Perceval, bautizado en la Catedral en 1682, desobedien­te como sus ancestros, iba para mayorazgo y acabó obteniendo del rey una patente de capitán, con el cabreo de sus padres que lo ven marchar a Orán en 1708 en cuya guerra perderían España la plaza y él la libertad y esclavo fue hasta su liberación -que sólo era eterno el cautiverio para el pobrea cambio de un crecido rescate

En 1682 iba para mayorazgo y acabó obteniendo del rey una patente de capitán

gestionado por los trinitario­s del convento de Cartagena, que no tenía el nuestro, tan modestito, entidad suficiente para negociar con el Maligno.

Otra batalla con los padres a cuenta de su casamiento con una dama extremeña a la que no podían ver ni por Zurbarán pintada para acabar en las guerras de Italia como capitán del regimiento de Galicia… y como le vaticinaro­n sus progenitor­es: muerto a hierro. Y con los hijos desmejorad­os en la herencia de los abuelos, pues sólo fueron honorífico­s los méritos deparados a don Antonio por sus desacatos y así fue como andando el tiempo le valieron a su descendien­te don Vicente Pérez de Perceval y Calado, de las Reales Guardias de Corps de Su Magestad, para el ingreso de caballero en la orden de Santiago…

Y estas son las historias de tres capitanes de Almería del linaje Perceval, el del lema “Guerrero por mar y por tierra fuerte”, que yendo de la vega de Acá a la de Allá, y aún a la otra orilla del mar, del caño al coro, a la mitad del camino los cautivaron los moros.

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Detalle de la talla del escudo de Perceval. Archivo Enrique Marín.
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(Archivo Enrique Marín)
Antigua virgen de la Piedad (Archivo Enrique Marín)
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