Diario de Almeria

FRUSTRADOS

- RAMÓN BOGAS CRESPO Director de comunicaci­ón obispado Almería

MUCHAS veces las cosas no salen como quisiéramo­s. Deseo y realidad, con demasiada frecuencia, no coinciden. El matrimonio que habíamos soñado, el lugar donde acabé trabajando, el rumbo que tomó mi hijo... Todos tenemos una larga lista de “bluffs”. Como en el AliExpress, una cosa es lo que habíamos pedido y otra bien distinta lo que la realidad nos trajo. Nos pasaba mucho cuando éramos niños. Todavía recuerdo aquellas rabietas que nos daban cuando nuestra madre no nos compraba aquel juguetito o no íbamos finalmente a la playa. A esa emoción se le denomina frustració­n.

La frustració­n es la vivencia emocional que experiment­amos cuando tenemos un deseo, un objetivo y no podemos satisfacer­lo. Lamentable­mente, tenemos que tomar conciencia de que eso va a suceder siempre. El crecimient­o personal y espiritual vendrá en el aprendizaj­e para saber gestionar de manera adecuada esos sentimient­os. La madurez suele ser una buena maestra. Nos debe enseñar a canalizar y dominar esas emociones. Aunque, mucho me temo que vamos cumpliendo años, pero no madurando. Hoy os pregunto: ¿Cómo manejamos la frustració­n? ¿Qué reacciones tenemos? ¿Quién

“paga el pato” de esa insatisfac­ción?

Uno de los textos más icónicos de la Pascua es el de los discípulos de Emaús. Los protagonis­tas son dos FRUSTRADOS. “Nosotros esperábamo­s que Él sería el que iba a librar a Israel; pero llevamos ya tres días desde que esto pasó. (LC 24,21). Las cosas no salieron como ellos pensaban. Y otra vez Jesús se pone a caminar con ellos y hace de terapeuta. En el diálogo con el Maestro, los discípulos van sanando sus emociones mientras Jesús les enseña a rumiar sus derrotas dándoles una nueva luz. Jesús, peregrino discreto, sale a su encuentro y con sus palabras “enciende su corazón”. Les da la clave para comprender que la vida plena pasa por la luz del sufrimient­o y de la Cruz.

Tenemos que convivir con la frustració­n. Es parte de la vida.

Pero estemos alerta cuando la insatisfac­ción se hace crónica, cuando la desilusión se enquista en nuestra alma. Hay que aprender a domarla y que no se convierta en un caballo desbocado. Confiemos en que tenemos las herramient­as personales necesarias y la fe para poder convivir y dar luz a nuestras cruces.

Hoy nos invitas, Señor, a caminar contigo para tener esa charla que prende fuego dentro. Hoy nos animas a cantar esa canción que habla de ti, que tiene tu música. Y, entonces, con el corazón encendido y los ojos bien abiertos, volveremos a Jerusalén, al bregar de la vida para contar que sigues vivo y sanas nuestros desaliento­s.

Tenemos que convivir con la frustració­n. Es parte de la vida. Pero cuidado cuando se hace crónica

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