MANUEL PEÑALVER
NO es fácil acercarse al teclado para hablar de Manuel Peñalver Castillo. Recordar a quien acaba de fallecer, inevitablemente, empapa de emotividad. Más que escribir, apetece dejarse llevar por el duelo, sobre todo para quien, como es mi caso, tenía vínculos biográficos con él. Coincidimos hace más de tres décadas, cuando ambos iniciamos nuestra andadura en lo que sería la Universidad de Almería. Al decir que “coincidimos” me refiero a que “congeniamos”, más allá de ser compañeros de profesión y trabajar en la misma institución. Como científico, Manuel Peñalver Castillo ha sido un catedrático de Lengua Española clásico, en la acepción española del término. Eso significa que trató con rigor cuestiones propias de la Escuela Filológica Española, aunque en parte no suficientemente atendidas hasta ese momento. Peñalver realizó contribuciones muy notorias a la historia de la filología y la lingüística españolas, con un espectro temático realmente abarcador, desde Nebrija hasta los sucesores de Menéndez Pidal. Cultivar esa línea de investigación, como digo, no había sido tan frecuente, a pesar de que en ella reside la base explicativa de todo lo que sucedió después, de todo lo que empleamos ahora. Desde ese fundamento, también se ocupó del “ahora”. Aplicando el paradigma hispánico de modernizar desde la tradición, proyectó la historiografía hacia la enseñanza de la lengua materna, con especial
Nosotros conversábamos, intercambiábamos anécdotas, reíamos. Eso sí, siempre guardaré su risa con olor a olivo y mar
énfasis en la gramática y la ortografía. La lingüística fue algo más que su profesión. También constituyó su devoción, sincera y hasta apasionada. Como persona franca que era, eso lo transmitía sin tapujos y, más aún, lo contagiaba a su alumnado. Su otra pasión fue el periodismo, con una longeva trayectoria en diversos medios que encontró en el Diario de Almería su casa natural. El periodista Peñalver también fue un clásico que se miraba en Larra y en los articulistas costumbristas, capaces de reparar en el detalle, en los tipos y en la cotidianidad para compartirlos con sus lectores. Esa es una faceta que, en todo caso, tampoco va en menoscabo de sus dos grandes temáticas: las cuestiones idiomáticas y, por supuesto, sus crónicas taurinas. Por estas últimas recibió numerosas distinciones; las primeras implicaban en sí el premio de divulgar el conocimiento y compartirlo con la ciudadanía. A mí, en fin, el tren Almería-Granada se me ha quedado irremediablemente vacío, aunque lo encuentre atestado de viajeros. En sus vagones no podré compartir asiento con Manolo, como la tarde en que viajábamos para incorporarnos al CUA. Los paisajes discurrían al otro lado de la ventanilla, como un telón móvil, el pantano y sus chopos, los trigales, el desierto, el mar. Nosotros conversábamos, intercambiábamos anécdotas, reíamos. Eso sí, siempre guardaré su risa con olor a olivo y mar.