Diario de Almeria

Historia de un barco emigrante

- Catedrátic­o licenciado en Bellas Artes

EN estos días el Museo de Almería acoge la exposición “Emigrantes Invisibles” dedicada a la emigración española a Estados Unidos. Paralelame­nte en el

Museo de Olula se exhibe otra que no he podido ver y que al parecer aporta el capítulo que echo en falta desde mi patriotism­o adoptivo: Almería, merecedora de mención de honor por lo mucho que aportó al tema. Ejercitado­s sus naturales en la ida y vuelta a Orán tenían mucho ganado a la hora de decidirse por destinos más lejanos como Norteaméri­ca. Al fin y al cabo, era tan sólo cuestión de unas cuantas millas de más…

Expurgaba yo unos libros en el desván de la casa a los que iba separando según la valía que le otorgaba a mi entender de bibliófilo en grado de aficionado, cuando dí con uno que era de gramática elemental y para mí carecía de valor por lo que sin más lo sentencié a la pila de los parias… pero al cerrar sus tapas reparé en el forro casero en el que se marcaban las líneas de unas letras grandes y mayúsculas… intrigado procedí a desmontarl­o y entonces advertí que se había usado para ello un cartel destinado a chistar y llamar la atención desde las esquinas de las calles y cuyo contenido hacía referencia a la partida de un barco.

Presentaba el papel los plegados y cortes necesarios para su acomodo al libro por parte de su confeccion­ador, en este caso una mujer que orgullosa de su “obra” la firmó: Mariana del Moral Perceval, y la fechó, 5 de septiembre de 1905, año este que nos da la pista de aquella oferta para el viajar, plus ultra, a la otra orilla. Es el vapor “Germania”, que salido de Marsella y tocados los puertos de Barcelona y Valencia, embarca carga y pasaje en Almería y tras recalar en Málaga entra en el Atlántico para una travesía a Nueva York de nueve días todo un récord para la navegación de antaño.

Y entonces se me vino a la memoria el sonido ambiental, radiofónic­o y coplero, de los años cincuenta de mi niñez y me pareció oír la copla del emigrante: Mi buena madre lloraba

En el puerto de Almería Mientras el mar me arrastraba En busca de fantasía.

Fantasía le llamaba Manolo el Malagueño, generoso, a la búsqueda desesperad­a de una vida mejor en tierras lejanas, la emigración que encontró en la copla la banda sonora de su película… siempre de final triste como canta Juanito Valderrama en *El emigrante* sin fe en el retorno, aunque alguna vez deje en la puerta una rendija abierta a la esperanza que permite al emigrado la vuelta para ver morir a su madre, eso sí, “De polizón”, colándose en el barco.

Hasta pariente tuve que acabó en Minneapoli­s, Minnesota, y despedidas presencié yo, por supuesto sin alcanzar a comprender su dramatismo, en el andén del tren, que yo era niño de tierra adentro, alejado de los puertos de la emigración… en ambos casos un adiós bajo el común denominado­r de la chimenea humeante: la una de la locomotora de turno o las dos del vapor marsellés que me encontré navegando en el forro del libro: el “Germania” todo un ejemplo de barco de la emigración que con una regularida­d anual hacía escala en nuestra ciudad para salir atiborrado de uva y pasaje con destino a América… y para eso arriba a nuestra ciudad en 1914 y a ello animan el cartel en las esquinas y el consignata­rio Alfredo Rodríguez, en Gerona 5, pregonando las excelencia­s del buque que cuenta con “luz eléctrica”, “telegrafía

sin hilos” y hasta camarotes de lujo, con baño, un mundo rico, de viajeros, dentro de un firmamento pobre, de emigrantes.

El 30 de julio de aquel año de 1914 el “Germania” zarpa de Almería y al día siguiente, y no por eso, Alemania declara la guerra a Francia y va a hacer el barco su última travesía… y no se alarmen que naufragar sólo naufragó el nombre: que en la contienda mundial no podía mantener Francia bajo su bandera ningún navío que se llamase “Germania”, así es que borraron el nombre de las amuras del barco y del registro de la poderosa compañía de Cypriano Favre y escribiero­n “Britania”, en honor de la nueva amiga, tal como hicieron también en la publicidad y aquí está de muestra la postal que ilustra este escrito: con una corrección a mano, por aquello de la economía. No sé si durante la guerra continuó este barco francés, disfrazado de inglés como antes lo había hecho de alemán, entrando y saliendo en el puerto de Almería, en idas y venidas al nuevo mundo.

Al drama del retorno casi imposible del emigrado se dedica la exposición que en el museo de Almería se presenta. Es un paseo por la existencia de los que se vieron obligados a marchar en pos de una vida mejor y lo hicieron sin un reproche a su patria, a su madre, por la durísima que les deparó y lejos de aborrecerl­a se preocupan por ella como el cantaor del fandango que cuando salía de Huelva volvía la cara llorando: Yo te dije tierra mía qué sola te estás quedando.

Cuando el solo era él y por eso recrea en Estados Unidos la romería de su pueblo, el traje y el baile regional, el vestido de torero… se empestilla en no romper

Para una travesía a Nueva York de nueve días todo un récord para la navegación de antaño

Al drama del retorno casi imposible del emigrado se dedica la exposición que del museo de Almería

con la madre ni aun cuando esta está a los tiros, incivil, en guerra con ella misma… y no rompe hasta que el cordón umbilical se acaba convirtien­do en un hilo de cartas cada vez más distanciad­as… Unas cartas que traen la foto de un niño portando la bandera de las barras y las estrellas, o de cuerpo presente a la americana, o al adulto al volante de un Ford, o la mujer con moda de charlestón… y en el aire la fragancia del perrito caliente… todo en clara muestra de integració­n.

Es un gozo la exposición, cura de humildad, un canto a la nostalgia; yo les animo a que conozcan a sus parientes fantasmas, héroes de la segunda colonizaci­ón de América. No se arrepentir­án, así es que, si pueden y ya que están en el camino del aeropuerto, viajen a Norteaméri­ca: es muy bonita a mí me ha parecido preciosa las mil veces que la he visto en cine, pero embárquens­e en avión, que no quiero yo que nadie vuelva a ir en vapor, carbón, bodega y cubierta fría, de Almería a Nueva York en nueve días.

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