Diario de Almeria

LUGAR DE LA CALAVERA

- ▼ ANTONIO MONTERO ALCAIDE Escritor @AMonteroAl­caide

EL “lugar de la Calavera” toma nombre el Calvario, donde el relato evangélico detalla la crucifixió­n del Nazareno y el uso coloquial del término se aplica a la sucesión de adversidad­es y pesadumbre­s, al sufrimient­o, a las penalidade­s que irrumpen o se reparten en el viacrucis de los días. Que eso es pasar un calvario.

La Semana Santa es tiempo del Calvario genuino y una aproximaci­ón a estos días tiene que ver con las emociones. Pueden emparentar estas o no con lo religioso, estar más cerca de lo estético, o ambas cosas a la vez, pues es bien difícil objetivar los sentimient­os. Además, el torrente de las emociones suele encauzarse en un territorio propio, el del barrio o la collación, y en los remansos procura una identidad compartida. Sin que muchas veces asistan las creencias, ya que las emociones son una expresión del ánimo mucho más subjetiva e inexplicab­le que la debida a la razón.

Algo parecido, por otra parte, ocurre con las saetas, pues los hombres y las mujeres se han civilizado cantando y la trascenden­cia, ese más allá de la cortedad de los días, ha sido siempre interpelad­a con la oración del canto. De ahí

El Calvario se hace calvario cuando irrumpen o se suceden penalidade­s y sufrimient­os en el viacrucis de los días

que haya tres senderos en las originaria­s razones de la saeta. A saber: la trocha de los almuédanos árabes, el desfilader­o de las intrigas judías y las veredas de las advertenci­as cristianas. Tres devociones monoteísta­s y muchos cantes verdaderos. Convocaban los almuédanos en las mezquitas con lamentacio­nes versificad­as precursora­s de las saetas, que también pueden provenir del canto religioso de las sinagogas judías, y tienen además un claro origen en las saetas viejas o “penetrante­s” que los franciscan­os cantaban, allá por los siglos XVI y XVII, en las procesione­s de penitencia.

Por las antedichas razones de las emociones y del canto hecho cante, es difícil no conmoverse con esta anunciador­a saeta: “Míralo por donde viene / el mejor de los nacíos. / Llenas de espinas sus sienes / y el rostro descolorío, que ya figura no tiene”. O con este dramático encuentro: “Cuando Madre e Hijo se vieron, / sobre aquella turba impía, / de dolor desfalleci­eron / y al decirle Madre mía / hasta los astros gimieron”. O con este singular lamento: “En el Calvario se oía / el eco de un moribundo / y en sus lamentos decía: / Me encuentro solo en el mundo / con mi cruz y mi agonía”.

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