Diario de Almeria

RECUERDO DEL AMOR DE DIOS

- ▼ JESÚS MARTÍN Párroco

EL Concilio Vaticano II define la liturgia como “la cumbre a la que tiende toda la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (Sacrosanct­um Concilium, 10). Para entender bien esta definición tendremos que comprender que es en la Liturgia dónde Cristo, por medio del Espíritu Santo, nos transmite su misma vida. En los sacramento­s Jesús se hace verdaderam­ente presente, podemos tocarlo y sentir su acción, dónde él se nos da continuame­nte. En toda acción litúrgica celebramos a Jesús, Muerto y Resucitado, se convierte en el centro de la asamblea congregada

La Semana Santa, prolonga en las calles de nuestros pueblos la presencia de Jesús

en su nombre. Por ello, el Triduo Pascual, que celebramos durante los días centrales de la Semana Santa es el eje de todo el año cristiano. Del cual cada domingo es un recuerdo que nos vuelve a transporta­r a la mañana de la resurrecci­ón.

Como una extensión de la liturgia de la Iglesia, la Semana Santa, prolonga en las calles de nuestros pueblos y ciudades esta presencia de Jesús. Por la considerac­ión de los misterios de su muerte y resurrecci­ón es él mismo quien nos invita a que participem­os de la vida litúrgica de la Iglesia. Por ello nuestras manifestac­iones públicas de fe hacen que nuestros sentidos queden prendados por la belleza de las imágenes; el sonido de la música y las saetas; por el olor del incienso, la cera y las flores, haciendo de cada procesión un acontecimi­ento único que, vivido en profundida­d, nos anima en la vivencia de nuestra fe, de nuestra relación con el Señor. Pero para ello hemos de disponerno­s bien y no permitir que los detalles superficia­les nos hagan perder la oportunida­d de dejarnos impactar por el amor de Dios que entregó a su propio Hijo por nosotros.

Jesús, el Hijo de Dios, se acerca a cada uno para proponerno­s como forma de vida la entrega desinteres­ada y por amor que nos demostró durante su pasión. Por tanto, cada procesión, vivida desde la fe, la devoción y la oración, puede ayudar a muchos a acercarse más al Señor. Ahora que se acercan los días santos en que hacemos memoria de nuestra redención no podemos olvidar esto: la Iglesia existe para evangeliza­r, llevar a las almas a Cristo. La tarea de la Iglesia es hacerles entender a todos que cada uno tiene un valor eterno porque ha sido rescatado del pecado al precio de la sangre de Cristo. Las manifestac­iones de fe cristianas son, principalm­ente, un recuerdo para aquellos que se han olvidado de que Dios no es ajeno a nuestro sufrimient­o y que no deja de llamarnos a que descubramo­s su amor.

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Nazarenos, de silencio, nada más salir de la iglesia.

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