RECUERDO DEL AMOR DE DIOS
EL Concilio Vaticano II define la liturgia como “la cumbre a la que tiende toda la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (Sacrosanctum Concilium, 10). Para entender bien esta definición tendremos que comprender que es en la Liturgia dónde Cristo, por medio del Espíritu Santo, nos transmite su misma vida. En los sacramentos Jesús se hace verdaderamente presente, podemos tocarlo y sentir su acción, dónde él se nos da continuamente. En toda acción litúrgica celebramos a Jesús, Muerto y Resucitado, se convierte en el centro de la asamblea congregada
La Semana Santa, prolonga en las calles de nuestros pueblos la presencia de Jesús
en su nombre. Por ello, el Triduo Pascual, que celebramos durante los días centrales de la Semana Santa es el eje de todo el año cristiano. Del cual cada domingo es un recuerdo que nos vuelve a transportar a la mañana de la resurrección.
Como una extensión de la liturgia de la Iglesia, la Semana Santa, prolonga en las calles de nuestros pueblos y ciudades esta presencia de Jesús. Por la consideración de los misterios de su muerte y resurrección es él mismo quien nos invita a que participemos de la vida litúrgica de la Iglesia. Por ello nuestras manifestaciones públicas de fe hacen que nuestros sentidos queden prendados por la belleza de las imágenes; el sonido de la música y las saetas; por el olor del incienso, la cera y las flores, haciendo de cada procesión un acontecimiento único que, vivido en profundidad, nos anima en la vivencia de nuestra fe, de nuestra relación con el Señor. Pero para ello hemos de disponernos bien y no permitir que los detalles superficiales nos hagan perder la oportunidad de dejarnos impactar por el amor de Dios que entregó a su propio Hijo por nosotros.
Jesús, el Hijo de Dios, se acerca a cada uno para proponernos como forma de vida la entrega desinteresada y por amor que nos demostró durante su pasión. Por tanto, cada procesión, vivida desde la fe, la devoción y la oración, puede ayudar a muchos a acercarse más al Señor. Ahora que se acercan los días santos en que hacemos memoria de nuestra redención no podemos olvidar esto: la Iglesia existe para evangelizar, llevar a las almas a Cristo. La tarea de la Iglesia es hacerles entender a todos que cada uno tiene un valor eterno porque ha sido rescatado del pecado al precio de la sangre de Cristo. Las manifestaciones de fe cristianas son, principalmente, un recuerdo para aquellos que se han olvidado de que Dios no es ajeno a nuestro sufrimiento y que no deja de llamarnos a que descubramos su amor.