Diario de Almeria

EL VALOR DEL OCIO

- ▼ ESTEBAN REQUENA MANZANO Filósofo estebanreq­uenam@gmail.com

FUE a finales de los años sesenta cuando era todavía joven. Vi una pintada en la fachada de la Plaza de Toros, creo que firmada por el PCE, que decía más o menos: ”Si dividimos el trabajo entre todos, todos viviríamos mejor”. Me sorprendió pero no le di mayor importanci­a. Ha sido ahora cuando la he recordado. El desencaden­ante, la lectura de un escrito de Bertrand Russell titulado “Elogio de la ociosidad”, publicado en 1932. Lo había leído años atrás, y tenía esa obra aparcada entre los libros de mi biblioteca.

He vuelto a leerlo con gusto y con más calma y descubro en él algo así como una nueva y distinta utopía que coincide con aquella pintada.

Se trata de una crítica acerba a la concepción tradiciona­l del trabajo, de las relaciones sociales y de propiedad y, por último, del sentido de la vida. Para Russell en la actualidad es absurda la idea del trabajo, muy cercana al calvinismo, según la cual el sentido de la existencia es la entrega en dedicación exclusiva al trabajo, único horizonte en la vida. Es una idea complement­aria de aquel principio de que “la ociosidad es la madre de todos los vicios”.

Es posible que en tiempos pasados se necesitara una dedicación completa al trabajo debido a la corta productivi­dad. Sin embargo, en la actualidad es posible un cambio de perspectiv­a. El incremento de la eficacia del trabajo hará que si todos trabajaran en dedicación total (curioso ejemplo de la fábrica de alfileres) pronto sobrarían la mitad de los trabajador­es, por lo que mientras unos se pasan la vida trabajando, los otros podrían caer en la inanición. La conclusión obvia es que todo iría mejor si trabajaran todos, pero durante la mitad del tiempo: no se resentiría la producción y todos podrían disponer de tiempo para otras cosas. A esas actividade­s es a lo que se podría dedicar el tiempo de ocio.

Es un ocio que Russell no concibe como un estar “mano sobre mano”. Es más bien un abrir nuevos horizontes para que cada uno pudiera dedicarse a nuevas dimensione­s de su personalid­ad. Pero esto implicaría que la educación también tuviera un cambio de perspectiv­a que en lugar de preparar personas para el trabajo se dedicara “en parte a despertar aficiones que capaciten al hombre para usar con inteligenc­ia su tiempo libre”.

Esta propuesta implica una nueva concepción antropológ­ica donde, según Russell, tendríamos como resultado una humanidad más benévola y feliz. Esto ya…

Según rezaba la pintada en la fachada de la plaza de toros: “Si dividiéram­os el trabajo entre todos, todos viviríamos mejor”

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