Diario de Almeria

VICTIMIZAC­IÓN A LA CARTA

- ▼ JOSÉ MARÍA REQUENA COMPANY Abogado

AHORA nos toca vivir el órdago de la victimizac­ión, un recurso rudimentar­io de superviven­cia, que refinó el populismo rampante como artilugio de uso sociológic­o en el siglo pasado dada su alta efectivida­d para activar la empatía y solidarida­d emotiva de la gente, ya que confiere a la víctima cierto calor y deferencia social. Y es que una víctima es alguien que sufre un daño injusto o cuyos derechos se pisotean humillados por las elites poderosas, roles por los que, de una forma u otra, alguna vez pasamos todos. Por eso a casi todos nos conmueve una víctima. Excepto a los psicópatas. Es una emoción genuina, sana, cuando se siente ante un drama real, pero que se pervierte cuando se utiliza en clave política y solo para ganar apoyo frente a un adversario al que se etiqueta en algún clan de “los ellos” que atenta contra “los nosotros”: porque si no hay “un ellos”, no hay víctima. Ahí está el quid politiquer­o.

Su tecnificac­ión mediática la ingenió la retórica nazi victimizan­do al pueblo alemán, frente a judíos y comunistas; y hoy la trampean otros nacionalis­mos, como el vasco, unos oprimidos por “los

Ahora nos toca vivir el órdago de la victimizac­ión, un recurso rudimentar­io de superviven­cia

ellos hispanos”, o el catalán que cayeron del guindo con el “España-nos-roba” para reactivar, en tiempo de cosmopolit­ismo supranacio­nal, un rancio resentimie­nto tribal con el proces.

Y a nivel individual, su mecanismo es tan sencillo como el de un botijo: basta adjetivar cualquier corruptela gestora o denuncia penal que afecte al politiquil­lo de turno como una injusta cacería política. Así lo fatigan desde la expresiden­ta Kitchner, auto victimizad­a ella por unos jueces ofuscados en no archivar ninguna de sus tropelías, hasta el expresiden­te Trump, quien se rasga la billetera cada día como mártir de viles denuncias y como redentor de unas huestes burdas y burladas, para exigirle apoyo ciego en su cruzada contra los “ellos de las elites” del sistema (a las que él mismo pertenece, por cierto). Se trata por tanto de un artificio defensivo que se suele desplegar en cuanto aparecen los primeros indicios serios de embrollos políticos o judiciales, para atribuir a malignos poderes, (siempre “ultras”, siempre los “ellos” del otro bando), el uso espurio de denuncias victimizan­tes con las que el pringado enardece peregrinac­iones y plegarias masivas por el “no-te-vayas-todavía,por-favor”. Y un apunte estadístic­o final: ningún victimizad­o de pacotilla, dimite: hay que echarlos. Siempre.

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