Diario de Cadiz

TORRA, MARISCAL DE OPERETA

- LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ

POR esa extraña ley de la compensaci­ón que a veces rige nuestras vidas, el procés ha servido para que conozcamos a un puñado de hombres divertidos, brillantes y valientes que han usado la tinta frente a las tribus y tribunas del independen­tismo catalán. Hoy queremos hablar de Arturo San Agustín, periodista cabal, vaticanólo­go bonvivant, cartógrafo de Barcelona y Roma, resistente de barra y aperitivo. “Todo se ve mejor desde el bar de un hotel, que, en Barcelona, es el sustituto del verdadero café que conocieron nuestros mayores”,

ha escrito. Leer a Arturo San Agustín es como comer un menú del día en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, una mezcla de cotidianid­ad mesocrátic­a y sofisticac­ión cosmopolit­a. Un grande.

El pasado sábado, para tratar de la situación en la que se encuentran Cataluña y España, Arturo San Agustín recordó a Dante y al Séptimo Círculo de su Divina Comedia ,el lugar en que “penan tiranos y políticos que provocaron grandes violencias”. En el país de las sobreactua­das alarmas antifascis­tas y los CDR cortando impunement­e las carreteras, viene bien recordarle a nuestros políticos su primera y más importante obligación: mantener la paz social.

En este aspecto, la palma de la irresponsa­bilidad se la ha llevado estos días el presidente de la Generalita­t, Quim Torra, quien desde

el Teatro Real Flamenco, allá por las brumas belgas, ha proclamado la Vía Eslovena como nueva doctrina oficial del separatism­o a lo Puigdemont. Sólo hay que acudir a las hemeroteca­s o los libros de historia más urgentes para recordar que el honorable se refiere a la Guerra de los Diez Días, un conflicto menor dentro del avispero balcánico que se saldó, en el verano de 1991, con más de cincuenta muertos y centenares de heridos. En definitiva, lo que pretende Torra y sus seguidores es una insurgenci­a armada. Nada nuevo bajo el sol: Agustí Colomines, ideólogo de la Crida, ya dijo que no se podía construir la independen­cia sin muertos.

Torra vuelve a engañar a todos al obviar las enormes diferencia­s que existen entre la Eslovenia de los 90 y la Cataluña del siglo XXI. Pero, sobre todo, acerca aún más al procés a su camino más peligroso, aquel que ven en la carnicería balcánica un espejo mágico. El presidente se instala en el delirio y es ya un peligro para los más mínimos consensos de la Europa civilizada. Menos mal que personajes como Arturo San Agustín siguen resistiend­o, desde la barra de un hotel de Barna, a estos mariscales de opereta. El mejor cóctel mólotov es, a veces, un dry martini.

Torra se acerca peligrosam­ente al delirio, es ya un peligro para los más mínimos consensos de la Europa civilizada

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