Diario de Cadiz

JUANITO LIBRITOS

- PILAR FUERTES

ASÍ se hace llamar en Twitter un profesor de historia de Málaga, Juanito Libritos. A partir de ahora lo voy a llamar Juan, porque sólo imaginar que el profesor de historia de mis hijos anduviera entre esos diminutivo­s ya me da la idea del respeto que le tendrían, tan perdido en esta sociedad en la que también se perdió el ‘don’ y el ‘usted’.

Juan Naranjo no puede ni creer que “En mi clase, delante de mis ojos, estaban creciendo fascistas”, y añada sin pudor alguno que “Nuehubiera ve de mis antiguos alumnos siguen a Vox en Instagram. Los nueve simpáticos y educados. Todos varones y de pueblo, de familias humildes, trabajador­as, sin grandes problemas. Siete de ellos podían votar ayer por primera vez, y parece ser que la ultraderec­ha fue quien les sedujo”.

Ya de entrada le choca que votar a VOX sea de personas educadas, simpáticas, trabajador­as, humildes... Y yo añado “limpias”.

Don Juan, sin pelos en la lengua, reconoce que adoctrina a los jóvenes: “tampoco les expliqué bien los horrores de los fascismos europeos: por supuesto que no se los expliqué bien... si se lo explicado bien no habrían votado a un partido fascista”. Siempre pensé que era el fascismo el que adoctrinab­a, no la izquierda libre.

Me gustaría que don Juan entendiera que vivir y educar a nuestros hijos supone muchas veces, las más, una auténtica dictadura en casa. Sí, un aquí se hace lo que yo digo y punto. Y esto es lo más difícil para unos padres, lo sencillo es que hagan lo que les dé la gana. Claro, que si hacen lo que les viene en gana luego me como yo el marrón de sus cabecitas imberbes. Le voy a decir algo más, en mi casa se vota a quien digo yo, y el que no lo haga tiene la puerta abierta de la libertad. La libertad de ganarse la vida, pagarse el móvil, la comida, los caprichos y el wifi. El partido político que yo creo que me va a dar de co- mer a mí y a los míos es el de todos los que vivan bajo mi techo. Aquí no me sirven demagogias baratas, que los hijos salen muy caros y es mentira que traigan un pan bajo el brazo. Me considero una gran dictadora. Y sólo me hubiera faltado que un profesor de turno hubiera conseguido que mis hijos acabaran en la calle por su adoctrinam­iento. Gracias a Dios no lo conocen. Conocen perfectame­nte a la que los parió, amamantó durante noches, los abrazó sin límites y los espera cada día para resolver sus problemas. Desde que los llevé en mi vientre sus problemas son los míos. Y en mi casa se vota a quien yo diga, no un profesor.

Sí, soy yo. La gran dictadora.

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