Pablo y el lobo
¡Fascista!, llegaron a gritarle los independentistas catalanes a Joan Manuel Serrat. Mismo resentimiento y mismo odio ya visto y oído antes a etarras y abertzales. La palabra hunde sus raíces en lo más tenebroso del corazón humano y llega a nosotros emergiendo del ejercicio del mal desatado en la Europa previa a la II Guerra Mundial. Usarla en vano es la mayor concesión que se le puede hacer al fascismo porque banalizándola se le corta la raíz de la realidad histórica de la que procede.
Al etiquetar como fascistas a los que se oponen a sus deseos, se sumerge en la oscuridad el pequeño detalle de que los que estamos en frente vivimos en un Estado que ha puesto la fuerza al servicio de unos principios constitucionales. Y por eso es un Estado de Derecho. Lo contrario es poner la violencia al servicio de un deseo como ‘la república catalana’ o ‘salvar a España’. Es el fascismo o la violencia desatada. Hace mal Pablo al comprarle la etiqueta al independentismo catalán porque hoy día no se ven fascistas y cuando lleguen tal vez no reconozcamos su apariencia. Sin embargo, sí sabemos que la puerta de entrada del fascismo en la historia es la extrema derecha y por eso habrá que vigilar si con votos legítimos se labrará el pórtico para su retorno. Luis Capote Martínez (Chiclana)