Diario de Cadiz

GUILLERMO DE AQUITANIA

- ENRIQUE GARCÍA MÁIQUEZ

UN amable lector ha tenido el detalle de llamar al periódico para hacerme saber discretame­nte que el verso que cité el otro día: “Farai un vers de dreyt nien” no era de Bertran de Born, como perpetré, sino de Guillermo de Poitiers, IX duque de Aquitania. Quisiera darle las gracias. Primero, porque me da la oportunida­d de enmendar mi error. Imagino a cientos de lectores escandaliz­ados y a los que ahora, gracias a mi benefactor, puedo pedir disculpas.

Me alegro también por el duque de Aquitania. Guillermo ha pasado a la historia, más que nada, por ese verso sobre la nada, que ya es ironía. Y ahora llego yo y le quito su gloria más celebrada. Para dársela, encima, a Bertran de Born, que sólo era vizconde, pero poéticamen­te mucho más afortunado. Fue inmortaliz­ado en el Infierno de Dante y por los elogios de Eliot. Me alegro de tener la oportunida­d de darle a cada trovador lo suyo.

Desactivo así, espero, el riesgo de que el duque, que era de armas tomar y las tomaba, se me apareciese por las noches a pedirme explicacio­nes. Ya saben ustedes la historia de Dante Gabriel Rossetti. Cuando su mujer, Elizabeth Siddal, murió de una sobredosis de láudano, enterró con ella, en Highgate Cemetery, en el

Parece que aquí sólo nos importa la política y que nadie debate nada que no sea la rabiosa actualidad

paroxismo de su pena, todos los poemas que, marido enamoradís­imo, le había escrito, clamando —declamando— que eran de ella y con ella quedaban. Más tarde, lamentó el gesto. A ver cómo iba a escribir ahora unos poemas tan bonitos, si le faltaba Lizzie, su musa. Volvió una noche con una pala, escarbó en la tumba, y exhumó los poemas, que publicó. Es el anticlímax romántico que precede al clímax. Porque a partir de entonces cuenta la leyenda que el fantasma de su amada atormentó las noches de Dante Gabriel preguntánd­ole incesantem­ente al oído por los sonetos que eran suyos, ay, los sonetos suyos…

Y eso que los sonetos no eran talmente de ella. No quiero ni pensar lo que para defender su verso haría Guillermo, que fue a las cruzadas, se pasó por Valencia para echar una mano en la reconquist­a y tenía una amante a la que llamaba ‘la Peligrosa’. De buena me ha librado mi anónimo amigo.

Qué alegría me ha dado, ya hablando totalmente en serio. Parece que aquí sólo nos importa la política y que nadie debate nada que no sea la rabiosa actualidad. Resulta esperanzad­or que la correcta atribución de un verso del siglo XII todavía mueva a nuestros mejores lectores. ¿Le he dado ya las gracias?

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