Diario de Cadiz

EL HOMBRE QUE TENÍA UN DON

- PEPE MONFORTE

LA mayoría de los títulos nobiliario­s vienen por familia, pero a él le vino porque parecía un catedrátic­o metido a tabernero. Se ganó lo del don porque era el viejo profesor de la manzanilla de Sanlúcar, el hombre que la conservaba con la tranquilid­ad que requieren esos vinos, tan cercanos al mar, que no les gusta el oleaje.

A don Miguel tampoco le gustaba el oleaje. Nunca le oí hablar fuerte, nunca le vi una mancha en la chaquetill­a blanca, nunca echaba más vino de la cuenta y nunca te ponía más de dos aceitunas. Era como la fotografía de la buena educación, el niño con el que siempre habría soñado una madre. Incluso cuando ya no iba a trabajar a la taberna, sino sólo de visita y a leer el diario, mantenía esa elegancia, como de gentelmen inglés, pero “abocao”.

Es difícil encontrar tanta elegancia detrás de un mostrador. Don Miguel la tenía y le ha transmitid­o también a su hijo Pepe, el mismo amor por el vino que no quiere oleajes, que se sigue tomando, como mandan los cánones, en el establecim­iento: fresquito, que no frío, en copa y en conversaci­ón, porque la manzanilla de Sanlúcar no sólo abre el apetito, abre también la palabra.

Desde que un día mi profesor Alberto Ramos me llevara a conocerlo, siempre he sentido admiración por él. Don Miguel defendía las manzanilla­s y los vinos de Jerez cuando estos eran considerad­os como algo de gente mayor, cuando aún el mundo “pitiminí” no los había bendecido como tendencia y el amontillad­o tan sólo se utilizaba para echarle un chorrito al pollo en salsa.

Nunca le vi mover en exceso una copa para que se levantaran los aromas… los aromas de la manzanilla se levantaban nada más verlo a él en señal de respeto.

Don Miguel era un tesoro de Cádiz. A los 91 años se ha marchado, con la misma discreción con la que se situaba detrás del mostrador. La ciudad le debe mucho y el mundo de los jereces también. La Manzanilla es uno de esos sitios secretos que a todos nos gusta enseñar a los que vienen de fuera. Afortunada­mente Pepe sigue la labor, con el mismo uniforme blanco inmaculado y el vino fresquito, que no frío. Un brindis por usted, don Miguel…que gran don tenía usted.

Nunca le vi una mancha en la chaquetill­a, nunca echaba más vino de la cuenta ni te ponía más de dos aceitunas

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