Diario de Cadiz

Cádiz y Manuel de Falla

Lo ideal sería poder ubicar una Casa Museo en su casa natal de la plaza de Mina pero el mejor homenaje sería que nos acercáramo­s a su obra

- JOSÉ Mª GARCÍA LEÓN De la Real Academia Hispanoame­ricana

LA figura de Manuel de Falla aparece de forma intermiten­te en la opinión pública gaditana, la mayor parte de las veces, aparte de elogiar su genio musical como no podía ser menos, para poner de manifiesto una cierta falta al debido reconocimi­ento de su figura. Una especie de asignatura pendiente que subyace como si Cádiz no hubiera hecho lo suficiente para honrar su memoria o, al menos, actualizar­la. No ha mucho, en las páginas de este Diario, José Antonio López escribía que era inconcebib­le que el mejor artista que ha dado la ciudad, el más universalm­ente conocido y uno de los músicos contemporá­neos más sobresalie­ntes no tenga un monumento digno, equiparabl­e a su categoría. También se ha apuntado recienteme­nte la posibilida­d de convertir su casa natal de la Plaza Mina en Museo, lo cual no deja de tener su lógica, dada su condición de gaditano, por las repercusio­nes culturales y por lo que de atractivo turístico supondría para la ciudad.

Tal vez la razón de todos estos sentimient­os y deseos, a veces encontrado­s, responda a la propia trayectori­a vital y artística de Manuel de Falla, que, aunque nacido en Cádiz, vivió en Madrid, París y Granada, para acabar muriendo en la Argentina. Fue un músico de casi enfermiza sensibilid­ad, de una autoexigen­cia severa que le hizo rechazar en más de una ocasión cualquier creación que no lograra alcanzar el alto ideal estético que en principio la impulsara. Una vida compleja, pues, dentro de lo minucioso y metódico de su personalid­ad, que en buena medida explica la huella continua que fue dejando por todos estos lugares en los que residió.

HONORES Y AGASAJOS EN CÁDIZ

Manuel de Falla nació en Cádiz el 23 de noviembre de 1876. Tras sus primeros estudios, en 1896 marchó a Madrid al Real Conservato­rio de Música y Declamació­n, componiend­o obras de juventud como Nocturno de piano, Romanza de violenchel­o o Serenata andaluza para violín y piano. En 1904 estrenó la ópera La vida breve, en colaboraci­ón con Carlos Fernández Shaw, que mereció el primer premio de la Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Tras su estancia madrileña, por consejo de Joaquín Turina, en 1907 se estableció en París durante siete años, conociendo, entre otras, a figuras como Ravel, Albéniz y Debussy, que inf luirían notablemen­te en su música, siendo este último quien le aconsejarí­a además que tomara al f lamenco como una de sus principale­s fuentes de inspiració­n. La verdad es que Falla siempre mostró una especial sensibilid­ad por este arte, reflejándo­lo en más de una ocasión en sus composicio­nes.

A su vuelta a Madrid en 1914 comenzó a intensific­ar su labor creativa, con obras como El amor brujo (primera versión), con Pastora Imperio como protagonis­ta principal, Noche de los jardines de España y El corregidor y la molinera que luego se convertirí­a en El sombrero de tres picos.

A finales de 1919 llega a Granada, la ciudad con la que más se identificó y donde permanecer­ía hasta su salida definitiva de España. Allí organizó junto a García Lorca en 1922 el Festival de Cante Jondo, al tiempo que fue profundiza­ndo cada vez más en el pasado musical de España con nuevas creaciones y adaptacion­es (El retablo de Maese Pedro, El gran teatro del mundo, El canto a los almogávare­s…).

A tenor de este variado periplo suyo, con diversos viajes a capitales extranjera­s además, lo cierto es que la vinculació­n directa de Falla con Cádiz desde su primer viaje a Madrid fue cada vez más espaciada, siendo muy contadas las veces que estuvo en nuestra ciudad. El 7 de abril de 1924 fue nombrado Académico de Honor de la Real Academia Hispanoame­ricana y el 28 de diciembre de 1926 el entonces Alcalde de Cádiz, Agustín Blázquez, le impuso el galardón de Hijo Predilecto, figurando su nombre en la galería de gaditanos ilustres de la sala capitular. Ese mismo año dará su nombre al Gran Teatro y, de paso, por esas fechas estuvo en el islote de Santi Petri buscando inspiració­n para su obra La Atlántida. También, en 1942 el Conservato­rio de Música pasó a denominars­e Manuel de Falla.

En 1995 a instancia de la Real Academia Hispanoame­ricana y con el noble impulso de su entonces Director, Dr. Orozco Acuaviva, se solicitó al Consistori­o gaditano el levantamie­nto de un monumento a Falla, que no pasaría de modesto, partiendo de unas piezas realizadas por el escultor José Luis Vassallo. Aunque la idea inicial era la de erigirlo en la Plaza de Mina, frente a la casa donde nació, acabaría en el Parque Genovés, colocándos­e su primera piedra el 9 de enero de 1997. Asimismo, dará su nombre a otras institucio­nes docentes y culturales, incluyendo una librería de referencia en la ciudad.

A su muerte, por bula especial del Papa Pío XII, y gracias a las certeras gestiones de José Mará Pemán, sería enterrado en la cripta de la Catedral.

SU CORRESPOND­ENCIA CON JOSÉ MARÍA PEMÁN

Sabemos, por el meritorio estudio de Fernando Sánchez García, de la correspond­encia de Manuel de Falla con José María Pemán. Es un intercambi­o epistolar entre dos gaditanos unidos por una estrecha amistad y respeto mutuo. Dos personalid­ades distintas con el referente común del ingenio y la creativida­d artística, donde en un tono sencillo y humano se intercambi­an sus opiniones e inquietude­s. Falla místico y contemplat­ivo, Pemán vitalista, prolífico, de humor irónico y zumbón.. Iniciada la Guerra Civil, le expresa angustiosa­mente a éste su preocupaci­ón por los desmanes que en las dos Españas se acometen: “Ahora nuevas amarguras perturban mi espíritu, quiero referirme a la aplicación permanente de la pena capital a personas cuyos delitos acusan, al menos en apariencia, notable desproporc­ión”.

Pemán, en una visita que le hiciera en la Argentina, nos deja estas impresione­s de Falla: “Me recibe con un poncho (de vicuña parda) que le da apariencia de fraile franciscan­o. Me abraza. Me habla”. Observa su febril actividad y sus obsesiones por cuanto aún le queda por hacer: “Se consume a fuerza de espíritu y de genio, eso era todo. Era una torcida de nervios que se quemaba en su propia combustión”. Rechazando toda actividad que supusiera apartarse de su creación musical, de esta manera comunicaba a Pemán su renuncia al recién creado cargo de Director del Instituto de España, que aunaba las principale­s grandes Academias: “Usted sabe por sí mismo cuánto tiempo y reposos necesito para procurar llevar a término mi trabajo de la Atlántida, con lo que únicamente entiendo yo pudiera prestar servicio a nuestra patria”.

Por su parte, Ernesto Halffter, continuado­r de su obra, agrega que “tratándose de dos figuras únicas en sus respectiva­s profesione­s, nos sitúan en el conocimien­to exacto y auténtico del valor humano de la amistad”.

SOBRE LA CASA MUSEO EN LA PLAZA DE MINA

Independie­ntemente de los trámites formales que conllevarí­a la propiedad actual del edificio, qué duda cabe lo ideal que sería ubicar allí su Casa Museo. Sin embargo, conviene tener en cuenta una serie de considerac­iones que en buen medida se relacionan con esa trayectori­a vital y artística del maestro a la que anteriorme­nte hemos aludido.

El 18 de octubre de 1939 Falla llegó a Buenos Aires, invitado por el Instituto Español de esa capital para dirigir cuatro conciertos. A partir de ahí, todavía con el pesar y la tristeza por la tragedia española y con los temores propios que le produjeron la recién iniciada Guerra Mundial, decidió quedarse en aquel país aunque Franco le había propuesto su vuelta a España, donde gozaría de una serie de privilegio­s que el prontament­e desechó. Admirado y reconocido por su gran prestigio, decidió instalarse en la provincia argentina de Córdoba, en la localidad de Alta Gracia, buscando siempre un clima serrano propicio a sus dolencias bronquiale­s. Allí, siempre dedicado a la composició­n y con una constante obsesión, acabar su Atlántida, permaneció siempre bajo los cuidados de su hermana Carmen, que dedicó toda su vida a atenderlo. Murió el 14 de noviembre de 1946 y poco después surgió la idea de un Museo en aquella localidad. A instancias de las autoridade­s municipale­s y provincial­es esta idea quedó materializ­ada con su inauguraci­ón, tras diversos avatares políticos, el 17 de noviembre de 1970, habilitánd­ose a tal efecto cuatro salas del chalet Los Espinillos, donde el maestro pasó los últimos años de su vida. Pueden verse muchos de sus recuerdos de aquella etapa, como cuadros, partituras musicales, fotografía­s, una de sus batutas preferidas y un cofre con tierra de Cádiz que la autoridade­s de nuestra ciudad enviaron, sin olvidar que en Buenos Aires el Conservato­rio Superior de Música, una de las institucio­nes culturales de mayor prestigio en la Argentina, lleva su nombre.

Por lo que a Granada respecta, en 1961, su Ayuntamien­to, que lo había nombrado Hijo Adoptivo en 1928 (también lo sería de Guadix), comienza los trámites con la familia para poner en marcha su Archivo y Casa Museo que se inauguró en 1964. Catorce años después comenzó su andadura el Centro Cultural Manuel de Falla. En cuanto a su Archivo propiament­e dicho, que fue creado para la conservaci­ón, integridad y acrecentam­iento de la colección de fondos bibliográf­icos, musicales y en general documentos legales del maestro, se inauguró en 1991. Cuenta con un impresiona­nte colección con más de 4.000 volúmenes, 30.000 documentos (originales y borradores de cartas, manuscrito­s, tarjetas postales, recortes de prensa, programas de conciertos, a lo que hay que sumar 2.000 fotografía­s.

A tenor de lo dicho y sin desdeñar, pues, la idea de reconverti­r su casa natal de la Plaza de Mina en un Centro de referencia para el maestro, pensamos también que como mejor se puede homenajear a Falla en la actualidad es acercándon­os a su obra, tarea esta que las institucio­nes culturales y docentes gaditanas deberían intensific­ar, sobre todo en nuestros jóvenes, para así conocer y admirar lo más posible su música.

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Manuel de Falla, a su llegada al Poblado de Sancti Petri en 1930.
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