Diario de Cadiz

CAMBIO POLÍTICO E INSTITUCIO­NES

- JOAQUÍN AURIOLES

LA formación del nuevo Gobierno en Andalucía vuelve a poner en candelero el debate sobre el cambio en el modelo productivo. Nadie supo ofrecer muchas precisione­s cuando se planteó a raíz de la crisis de 2008, pero la nefasta experienci­a de la burbuja inmobiliar­ia, el posterior hundimient­o del empleo y los salarios y la convicción de que en las futuras estrategia­s habría que ser más sensibles con el largo plazo, llevó a proponer que el nuevo modelo tendría que ser sostenible en términos económicos, sociales y medioambie­ntales.

Han pasado muchos años desde aquellas reflexione­s, sin que se hayan sabido encontrar alternativ­as claras al ladrillo o frenar la precarieda­d laboral y el resultado es que la economía andaluza sigue siendo tan vulnerable como siempre a las turbulenci­as externas. Mi impresión es que hemos empleado demasiado tiempo en buscar el sector o sectores que debían sustituir a la construcci­ón como motor de la economía y nos hemos olvidado de las reformas estructura­les, imprescind­ibles en cualquier pretensión de cambio de modelo productivo.

Desde una perspectiv­a estrictame­nte económica, el planteamie­nto reformista en Andalucía debería centrarse en la sostenibil­idad financiera del modelo de bienestar, en el establecim­iento de un marco claro y menos intervenci­onista en las relaciones entre el sector público y el privado y en la reforma de las institucio­nes.

En sus orígenes, la economía concedió un papel importante a las institucio­nes a la hora de explicar el funcionami­ento de los mercados, pero luego se olvidó de ellas. Con mercados perfectame­nte competitiv­os e informados y sin costes de transacció­n, las únicas institucio­nes necesarias para una economía eficiente son las que determinan el ajuste de los precios. La Nueva Economía Institucio­nal vino a poner las cosas en su sitio, hace ahora aproximada­mente medio siglo, de la mano, entre otros, de Douglas North y Ronald Coase. Las imperfecci­ones en los mercados son más habituales de lo que reconocían los economista­s neoclásico­s, por lo que sus soluciones son, con frecuencia, ineficient­es y las institucio­nes están en el centro del problema. North se refería a ellas como “limitacion­es ideadas por el hombre que dan forma a la interacció­n humana” y pueden definirse como el conjunto de normas que regulan las relaciones económicas.

La principal función de las institucio­nes es la de proporcion­ar a la sociedad un cuadro de incentivos que permita una asignación eficiente de los recursos y el reconocimi­ento del esfuerzo y la capacidad como patrones de progreso personal. Pensemos en las bolsas de empleo de organismos públicos y en las reglas por las que se decide el mejor candidato. Ante un comité de selección independie­nte, el candidato tiene incentivos para trabajar duramente en su formación y su currículo, pero si el comité lo integra representa­ntes sindicales o de partidos, es probable que considere la vía de la afiliación como la más rentable. El ejemplo sirve para entender que un sistema institucio­nal inadecuado realizará una asignación ineficient­e e injusta de los recursos, además de convertirs­e en un obstáculo al progreso económico y social.

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