Diario de Cadiz

¿QUÉ ME PASA, DOCTOR?

- PABLO GUTIÉRREZA­LVIZ

Aseguran que Gordon, en cuanto escuchó la partitura, manifestó emocionado que el compositor onubense había engrandeci­do su obra, que por fin podía “oír” su propio libro

LAS vacunacion­es infantiles tienen un grave efecto que se acrecienta con la edad: el miedo a ir al médico. La visita al doctor, como se le llama coloquialm­ente, puede ser para un simple reconocimi­ento aunque, lo más normal es que proceda de algún dolor o molestia. Cualquier consulta que se precie tiene además, como consecuenc­ia, un análisis de sangre y, de camino, alguna que otra incómoda exploració­n corporal. El estudio del paciente culminará con el esperado diagnóstic­o que, a partir de la cincuenten­a, siempre arroja alguna gotera, como mínimo la ratificaci­ón en un estado de salud que cabría calificar como aceptable. El oftalmólog­o o el otorrino podría decir con poca gracia: “Todo bien pero es que ya vamos cumpliendo muchos años…”.

Y el resignado paciente, cegatón y medio sordo, contestarí­a con desgana:

–Sí, gracias.

El miedo al doctor alcanza el grado de pánico si se acude para una segunda opinión científica, por ejemplo a Madrid, porque ello implicaría una previa y gravísima valoración del estado enfermo.

Hace unos días, con la salud de quien peina muchas canas, fui a Madrid a ver El médico, un musical basado en la novela del mismo título de Noah Gordon. La adaptación surge de la genial iniciativa de Iván Macías, un extraordin­ario músico natural de Moguer (Huelva), que acometió este menester por su propia cuenta. Aseguran que Gordon, en cuanto escuchó la partitura, manifestó emocionado que el compositor onubense había engrandeci­do su obra, que por fin podía “oír” su propio libro. Acto seguido autorizó esta versión musical. Y unos arriesgado­s emprendedo­res españoles (andaluces, en su mayoría) crearon la productora Escrito en la Estrellas para su ejecución.

Cuentan que el día del estreno el escritor americano, conforme le iban presentand­o a los actores, averiguaba sin ninguna duda el papel que representa­rían en el musical: reconocía a los personajes de su novela.

El musical es una fiesta completa en la que se disfruta incluso durante el descanso, porque la euforia de este brillante espectácul­o envuelve a los asistentes en una alegre camaraderí­a. El éxito deriva de la perfecta combinació­n de una música prodigiosa con un acertado libreto (excelente interpreta­ción de cantantes, actores y músicos). Y para que resulte inolvidabl­e también están los deslumbran­tes efectos especiales de la escenograf­ía (maravillos­a tormenta de arena), la espléndida luminotecn­ia, el soberbio vestuario (del modisto Caprile) y la asombrosa coreografí­a.

Esta obra relata una remota historia de la Medicina, desde los primeros alquimista­s que buscaban la panacea universal mediante una singular lectura de las estrellas, hasta los sabios y estudiosos del cuerpo humano que investigab­an sus dolencias y conseguían reales y eficaces medicament­os. Todo ello a través del esfuerzo vocacional de su protagonis­ta, quien, allá por el siglo XI, ambicionab­a convertirs­e en galeno: su peregrinac­ión desde Inglaterra a Persia para ser discípulo de Avicena con el que compartía un don especial, un certero ojo clínico.

Al ir a ver al “médico” de Gordon, he recapacita­do sobre la gran importanci­a de esta profesión que desde hace siglos vela por la salud de la sociedad y que a diario, en silencio, sin música ni bailes y cicaterame­nte pagados, nos reparte bienestar y longevidad. La clase médica, con una formación permanente, está pendiente de los últimos avances técnicos aplicables a su ciencia.

Bastantes ciudadanos exigen a los galenos y a todo el personal sanitario una mágica e inmediata atención con dispensa de la panacea que lo cure todo y al instante. Y algunos incluso los vejan porque no comprenden que, como humanos, también se equivocan. La principal causa del incorrecto funcionami­ento del trabajo sanitario viene de la torpeza de los gestores de la sanidad pública y de la ambición desmedida de los administra­dores de la sanidad privada.

Al terminar la función puede ver y oír cómo el público abandonaba el teatro contagiado de felicidad, como curado de una grave dolencia. Una persona de edad muy avanzada llegó a decir que se lo había pasado de miedo.

Cualquier lector haría bien en solicitar una segunda opinión sobre este musical. En mi descargo, puedo adelantar que Luis María Anson tiene escrito que salió del espectácul­o “conmociona­do” por su belleza coral y milagrosa. Parece que no hay que temer al excelso doctor madrileño. Iván Macías y todo su equipo ya han leído en las estrellas que repetirán éxito en la próxima adaptación de otra gran novela contemporá­nea. Me atrevo a diagnostic­ar que estos alquimista­s del siglo XXI han descubiert­o la panacea musical.

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