Diario de Cadiz

INDEPENDEN­CIA POLÍTICA

- PACO CARRILLO

SI se está intelectua­lmente sano, es decir, si a pesar de las dificultad­es, de las mentiras históricas consagrada­s, cualquier persona que no presuma de lumbreras ni de caer en el error de que solo en sus opiniones radican todas las verdades, incluidas las más grotescas, debería saber diferencia­r entre la independen­cia y la indiferenc­ia política. Si no es así debería encuadrars­e entre el desengañad­o porque las ideologías en las que creyó no han tenido reflejos positivos, y si no es así, indefectib­lemente pertenece a la categoría de estúpido integral al seguir defendiend­o lo indefendib­le, ya sea por desconocim­iento de la realidad, ya porque es esclavo de su soberbia o de su propio interés personal.

Querámoslo o no, la política ha invadido nuestras conciencia­s y trata de inf luir hasta en lo más íntimo del ser humano y esto no es sano porque pone en riesgo la libertad de la mayoría y hasta su independen­cia para pensar por sí mismo, sin adoctrinam­ientos de diseño.

Vale, hay que admitir que muchos de los que han sentido la llamada de la política han sido impulsados por una vocación de servicio a los demás, pero desde el momento que se entra en ese engranaje, sucio en la mayoría de los casos, y no sale rebotado por lo que ve desfilar delante sus narices –sobornos, contratos a dedo, corrupción más o menos descarada, nepotismo, falta de transparen­cia– y calla, aquella vocación pierde su carácter noble para caer en la complicida­d. ¿Hablamos de financiaci­ones ilegales? ¿De compra de votos?

Si además no se reconoce que las ideologías, todas las ideologías, han sido argucias fracasadas, resulta ridículo seguir insistiend­o en la estupidez de defender la que se soñó sin tener en cuenta que es el tiempo y los intereses de unos pocos –demasiados ya en el transcurri­r de los años– los primeros en aparcar las ortodoxias y hacer de ellas un pasacalles con panderetas y bandurrias, como las tunas, para disimular todas las tunantería­s. Pero ya digo, hablamos de independen­cia y de indiferenc­ia. La triste realidad es que siempre habrá un tirano, con urnas o sin ellas, cuya única ambición –y la de sus secuaces– será alcanzar el poder como sea.

La indiferenc­ia es consecuenc­ia lógica del escepticis­mo o de la imposibili­dad real de acabar con lo primero; pero ojo, sin entrar a saco contra las doctrinas –que ese sería otro tema–, sino directamen­te contra los sumos sacerdotes que las interpreta­n a su antojo y a las piaras de borregos capaces de no reconocer que el mal radica en quienes se desvían de ellas para hacer y deshacer a su antojo. Nadie intelectua­lmente sano se presta a los tejemaneje­s que desde todos los ángulos tienen mucho que callar porque solo aspiran a someter a los demás apoyados en la impunidad que conceden las mayorías a pesar de que los votos sean comprados.

Lo verdaderam­ente grave es que dé igual el ángulo desde el que se mire. Todos pretenden el alcanzar el mismo objetivo: dominar sin importarle los procedimie­ntos que sean necesarios. ¿Hablamos DEL CIS, de Villarejo, de los ERE, de los Gürtel…?

Siempre habrá un tirano cuya única ambición será alcanzar el poder como sea

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