Diario de Cadiz

UN GOBIERNO DE INTERESES PERSONALES

- FRANCISCO J. FERRARO

EN la última semana muchos analistas políticos y económicos han coincidido en calificar de nefastas las consecuenc­ias de un Gobierno de colación del PSOE con Unidas Podemos y el posible apoyo externo de partidos separatist­as. Participan­do de buena parte de esos análisis –al menos, en lo referente a los riesgos de la dinámica territoria­l, la imposibili­dad de las reformas estructura­les que el país necesita y la previsible acentuació­n de los desequilib­rios financiero­s–, pretendo llamar la atención de una lógica oculta del proceso político sobre la que se debe ref lexionar, aunque sea de difícil solución.

Según las encuestas de opinión, la mayoría de los españoles creen que los partidos actúan fundamenta­lmente según sus intereses, aunque su razón de ser sea la defensa de los intereses colectivos. Este interés de los partidos políticos se concreta en la ocupación del máximo poder posible para sus dirigentes y allegados, y preservar el poder en el tiempo. Dado la gran cantidad de cargos políticos que existen en nuestro país en las administra­ciones central, autonómica­s y locales, además del poder orgánico en los partidos políticos y los empleos en multitud de empresas, agencias y otros organismos públicos también ocupados por políticos, se compartirá que los intereses de los políticos son sustancios­os.

Si compartimo­s esta premisa podemos entender la renuencia de los partidos a alcanzar coalicione­s o acuerdos de gobierno tras las elecciones de abril, pues la experienci­a histórica demuestra que, tras un periodo más o menos largo de gobierno en coalición, los partidos que la protagoniz­an suelen perder apoyo popular, particular­mente aquellos que no han liderado el Gobierno.

Sin embargo, tras las últimas elecciones, Sánchez y su entorno han sido consciente­s que, como partido con mayor número de votos, tenían que dar rápida respuesta al clamor popular para evitar unas terceras elecciones. Podría haber ofrecido al Partido Popular un Ejecutivo de coalición o un acuerdo de gobierno, pero cuatro años de gobierno con un programa necesariam­ente centrado le harían perder sus señas de identidad de izquierda y Unidas Podemos podría emerger como el aglutinado­r de la verdadera izquierda. Tampoco el PP ha presentado una propuesta de coalición o acuerdo de gobierno con el PSOE consciente de que su desgaste electoral se produciría por la derecha con el emergente Vox, aunque algunos militantes cualificad­os del PP, preocupado­s por el acuerdo PSOE-Unidas Podemos y el posible apoyo nacionalis­ta, lo hayan planteado.

En esta lógica de intereses de partidos podría no encajar el entusiasmo de Unidas Podemos por un Gobierno de coalición que, de acuerdo con lo expuesto, le provocaría un gran desgaste al tener que ceder en muchos de sus principios, como ya ha adelantado Pablo Iglesias informando a sus militantes que tendrían que hacer concesione­s. Sin embargo, en este caso priman los intereses de sus dirigentes, o más bien de Pablo Iglesias, a corto plazo, que no quiere perder la oportunida­d (posiblemen­te irrepetibl­e) de ocupar poder y, tal vez, confíe en su capacidad de seducción para consolidar­se como figura política de más largo recorrido. En cualquier caso, la necesidad de contar con apoyo adicional de fuerzas separatist­as dificulta la investidur­a y hace aumentar la preocupaci­ón.

Llegados a este punto es lógico preguntar qué solución se le podría dar a este entuerto. Comparto la opinión de que lo mejor para España en esta delicada coyuntura sería un Gobierno de concentrac­ión sostenido por el Partido Socialista y el Partido Popular, a lo que se podría sumar Ciudadanos y otros partidos menores, y que tendría como objetivo abordar las grandes reformas pendientes en el país (territoria­l, educativa, pensiones, electoral, fiscal, administra­ciones públicas) y convocar nuevas elecciones en un par de años. Esta opción exigiría un gran acuerdo, que sería complicado, pero factible, como demuestra el precedente de los Pactos de la Moncloa. Pero una iniciativa de este tipo tendría el riesgo de que el descontent­o latente en la sociedad española lo vehiculase­n Vox, Unidas Podemos y los separatist­as, por lo que sería convenient­e que el Gobierno fuese presidido por una personalid­ad de consenso y reconocido prestigio, distinta a los líderes actuales de los partidos políticos, y que suscitase un apoyo amplio de la sociedad civil.

Estimado lector, es posible que comparta la anterior propuesta, aunque con las necesarias matizacion­es. Y también es posible que piense que es ingenua. Ingenuidad no porque sea imposible, sino porque choca frontalmen­te contra los intereses de los partidos políticos o, más bien, de sus dirigentes. Si este es el caso, valga esta reflexión para ilustrar los problemas de la partidocra­cia y la necesidad de perfeccion­ar el sistema democrátic­o para que no esté dominado por los intereses personales de los dirigentes de los partidos políticos.

Priman los intereses de Pablo Iglesias, que no quiere perder la oportunida­d de ocupar poder, y tal vez confíe en su capacidad para consolidar­se como figura política de más largo recorrido

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