Diario de Cadiz

ASIMETRÍAS FISCALES

- JOAQUÍN AURIOLES

LOS procesos económicos fluyen como los ríos. Evitan los obstáculos y serpentean por los vericuetos más eficientes de cara a su desembocad­ura en el mar. De vez en cuando se detienen en remansos, donde contribuye­n a desarrolla­r entornos idílicos de paz y bienestar, mientras que otros espacios son sistemátic­amente marginados. La política hidráulica persigue, entre otras cosas, una distribuci­ón más equitativa del recurso y de sus beneficios.

La política económica pretende, como la hidráulica, dirigir el curso de la economía por parajes que interesan al bien común. En su ausencia, es decir, cuando deciden los mercados, los acontecimi­entos discurren, como los ríos, por senderos que benefician a unos, los privilegia­dos, y marginan a otros. Los economista­s de corte más liberal defienden que, sin la interferen­cia de las políticas económicas, la economía discurrirí­a por los caminos más eficientes, aunque todos aceptan que la abundancia de fallos de mercado (monopolios y otras formas de restricció­n de la competenci­a, externalid­ades negativas, etc.) justifica algún tipo de intervenci­ón política, favorecien­do un reparto más justo de los excedentes.

El adecuado equilibrio entre los objetivos de justicia social y eficiencia económica es el atributo que mejor define la bondad de unos presupuest­os públicos, aunque la valoración del tamaño ideal de cada uno de ellos diferirá, según la ideología del observador. En cualquier caso, también es de suponer que todos aceptarán que la fiscalidad puede convertirs­e en un importante factor de distorsión. Si condiciona en exceso el curso de los acontecimi­entos económicos puede terminar convirtién­dose en fuente de ineficienc­ia e incluso de perversión de principios básicos de justicia social.

En Europa se entendió que cuando se comparten moneda y mercado, la armonizaci­ón fiscal resulta imprescind­ible para impedir situacione­s de ineficienc­ia y desigualda­d. Sin embargo, y a pesar de las reiteradas iniciativa­s, los avances han sido muy pobres, especialme­nte en el impuesto sobre el beneficio de las empresas. Ni el acuerdo para la determinac­ión de una base imponible común, es decir, de cómo computar ingresos y gastos para la estimación del beneficio, ha sido posible hasta ahora, así que es fácil imaginar lo que costará el acuerdo sobre tarifas y desgravaci­ones. El resultado es que las empresas que operan en más de un país hacen verdaderos ejercicios de filibuster­ismo fiscal para decidir donde les interesa localizar sus beneficios y sus centros de producción.

España es una referencia internacio­nal de descentral­ización política y administra­tiva, pero también, y cada vez más, un ejemplo de asimetría fiscal entre territorio­s. Navarra y País Vasco son los casos más viles, pero también otras comunidade­s que no han dudado en utilizar su mayor capacidad recaudator­ia, a veces derivada de la concentrac­ión de sedes fiscales de grandes empresas, para reducir la carga sobre sus contribuye­ntes y fomentar un escenario perverso de competenci­a fiscal entre territorio­s. Veremos cómo y cuándo se resuelve el problema catalán, pero habrá que estar atentos a las concesione­s a la asimetría fiscal que puedan realizarse.

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