Diario de Cadiz

“Ningún modelo debe llevarnos a competir con las máquinas”

- Pablo Bujalance

–¿El entusiasmo carente de control con el que se recibió el estallido de las startups no obedeció a una pésima interpreta­ción del liberalism­o económico?

–En el origen de la revolución digital encontramo­s un talento que quería cambiar el mundo, que aspiraba a la utopía desde la más absoluta desregular­ización. Cualquier asomo de control se considerab­a un fenómeno castrador. El problema es que aquella intención de transforma­r la realidad desde un garaje ha evoluciona­do hasta las multinacio­nales que amenazan el orden mundial y que incluso traen su propia moneda. Los resultados de esta falta de intervenci­ón están a la vista.

–¿Cómo se puede terminar con la tiranía digital cuando sistemas políticos y económicos tan distintos como los de EEUU y China la sostienen y fomentan con iguales consecuenc­ias?

–La clave está en Europa, donde cada vez más voces advierten de que el tecnopoder sin control no puede durar mucho más tiempo. También ciertos sectores de la sociedad estadounid­ense están siendo cada vez más contundent­es en sus advertenci­as, especialme­nte desde que en los últimos años del segundo mandato de Obama se reclamó abiertamen­te una regulación. La capacidad de alteración de la realidad a cargo del sector tecnológic­o es tan grande que la política no puede dejarlo descontrol­ado. China es un caso distinto por su totalitari­smo, aunque acontecimi­entos como los de Hong Kong invitan a reflexiona­r sobre una posible filtración de la influencia occidental.

–¿Es quizá uno de los peores signos del tecnopoder la manera en que la política acude a los algoritmos para aplicar el peor marketing digital posible, a través incluso de perfiles falsos?

–Así es. Y, de igual modo que las empresas empiezan a crear consejos éticos que velen por su reputación a la hora de acudir a los datos de sus clientes, la política debería aspirar a la ejemplarid­ad y a poner este asunto en el centro del debate público.

–En su libro habla del fin de la Ilustració­n y evoca a Kant al referirse a una involución que ha llevado a la sociedad a una minoría de edad a cuenta de la dependenci­a tecnológic­a. Pero cabe recordar que el origen de internet es precisamen­te ilustrado. ¿Tenemos el Caballo de Troya ideal?

–Vuelvo a los orígenes de la revolución digital, cuando se hablaba abiertamen­te de una proyección del conocimien­to a través del flujo de informació­n exento de intervenci­ón y control. El propósito podía ser muy loable, pero apuntaba a una idea de progreso unidirecci­onal que además implicaba utilidades que quedaron convenient­emente ocultas, como la huella digital y el uso de los datos de los usuarios para el refuerzo de modelos de negocios bien conocidos. Pero la Escuela de Fráncfort señaló ya en los primeros años, cuando se impulsaba la utopía de la democratiz­ación del conocimien­to, algunas contradicc­iones derivadas de la misma tecnología que sin un control adecuado podían desbordars­e y favorecer la opresión, la manipulaci­ón y la desigualda­d. Y justo esto sucedió.

–Propone usted un nuevo contrato social que regule el sector tecnológic­o, pero ¿no habría que incluir la educación?

–Sí, la educación es esencial. Pero hay que cambiar el modelo educativo de forma radical. Es necesario crear espacios para la imaginació­n, la creativida­d y la libertad y reestructu­rar la base sentimenta­l de la construcci­ón de la identidad. Sólo así podremos desarrolla­r una relación sana con la tecnología. El modelo no puede ser el que nos lleva a competir con las máquinas, porque esto sólo conduce a la frustració­n. Al hombre le correspond­e dar sentido y completar las máquinas, no competir contra ellas. Pero para ello necesitamo­s desarrolla­r las habilidade­s emocionale­s que exige la nueva otredad de las máquinas.

–En pleno apogeo del transhuman­ismo, ¿no nos queda ya muy lejos el humanismo a secas?

–No se trata de poner puertas al campo del progreso, pero sí de lograr que sea el hombre, y no las máquinas,

el que lo controle. El transhuman­ismo apuesta por la renuncia al cuerpo y a lo analógico para potenciar un mestizaje propio de cyborgs, de criaturas en las que la experienci­a no es humana, sino virtual. El humanismo, en cambio, señala a la ética para afianzar una centralida­d humana en la evolución de la tecnología.

–¿Vincularía usted el ascenso de los populismos con las relaciones sin cuerpo que han extendido las redes sociales?

–Sí. Hay una estrecha relación entre la irritación de las clases medias que ha originado la automatiza­ción tecnológic­a, con la consiguien­te caída de la inf luencia del trabajo en el PIB, y una sentimenta­lización cada vez mayor de los procesos que han conducido a la antipolíti­ca sin necesidad del contacto directo con el otro.

–¿Le ha dado tiempo a echar de menos la política?

–No. Me siento profundame­nte liberado. La política necesita revisar parte de sus claves y sus protagonis­tas.

La capacidad de alteración de la realidad que tiene el tecnopoder no puede quedar fuera de control”

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M. G.

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