El camino de sanación de las viejas heridas
El pasado 18 de mayo fue beatificada Guadalupe Ortiz de Landázuri, una científica, que se santificó con su trabajo profesional en el Opus Dei, desarrollando una tarea apostólica incansable en México, en Roma y en España. Recientemente he leído unos apuntes biográficos de esta nueva beata y me ha impactado especialmente un episodio de su vida que me parece heroico y que Guadalupe vivió con una naturalidad que nos deja sin palabras. Estando en México como directora de una residencia universitaria pasó por ella “Ernestina Champourcí, poetisa de la generación del 27, cuyo marido, Juan Domenchina, también poeta, había sido secretario particular de Manuel Azaña, presidente de la II República, cuando condenaron a muerte a su padre (Manuel Ortiz de Landázuri, fusilado junto con sus subordinados el 8 de septiembre de 1936). En aquellos momentos Domenchina estaba muy enfermo y Ernestina buscaba atención espiritual para él. Guadalupe no sólo supo perdonar y no guardar rencor, sino que la puso en contacto con un sacerdote para que ayudara a su esposo, y entre ambas fue surgiendo una profunda amistad”. (Abad Cárdenas, C. La libertad de amar Palabra. Madrid 2018).
Creo que sobra todo comentario. Este testimonio por sí solo, muestra claramente cómo sólo el perdón sana las heridas tanto a la víctima como al causante del daño. Testimonio que hoy, cuando parece que se reavivan antiguos odios y rencores, nos puede mostrar el camino de una definitiva pacificación. Rafael Serrano Molina