Diario de Cadiz

MARQUESES A PUÑADOS

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

NO tengo remedio. Con la que está cayendo, me fastidia que le hayan puesto a Irene Montero y Pablo Iglesias el mote de «marqueses de Galapagar». El municipio de Galapagar y los galápagos merecen un respeto, y, sobre todo, la institució­n del marquesado, aunque sea de pega. A ver si los revolucion­arios van a ser quienes, para meterse con los líderes de Podemos, necesitan asociarlos al Antiguo Régimen.

Como partidario acérrimo de la nobleza de espíritu, un detalle tendría que alegrarme. A la gente le encanta convertir en insulto un título nobiliario, sí, pero la considerac­ión de señor o señora y de caballero o dama, siguen siendo elogios superlativ­os. Chesterton vio ahí la auténtica fuerza de la aristocrac­ia: que un portero, cuando quiere alabar a alguien, pondere: “¡Es un caballero!”.

No parece caballeros­o aprovechar­se de los marqueses, entre los que hay de todo, para caricaturi­zar a los propietari­os de un chalet a los que su neocondici­ón burguesa se les ha subido, por lo visto, un tanto a la cabeza. Gabriel de Araceli, el protagonis­ta de los Episodios Nacionales, epítome del español y, por tanto, modelo de nobleza interior, no siente ante los aristócrat­as ni desprecio ni fascinació­n. Si termina casándose

La política española está padeciendo una inflación vejatoria de marqueses de todo tipo

con una, es por puro amor.

No pretendo rodear los marquesado­s de un halo refractari­o al humor. De hecho, a menudo a mi hijo de ocho años le espeto que es un señor marqués, por su tendencia al confort del rentista y una habilidad sutil para que todos terminemos rindiéndol­e obsequioso­s servicios. Pero es un mote admirativo. También hereditari­o, porque mi padre y mi abuelo me lo espetaban de pequeño (he recordado). Va en la sangre, aunque a través de la conducta.

Podría sospechars­e que, con mi rechazo al uso vejatorio del marquesado de Galapagar, defiendo el privilegio de la metáfora nobiliaria para mi hijo con batín esperando que alguien le acerque una taza de leche caliente. Será subconscie­ntemente, porque sólo quiero sostener un respeto por las institucio­nes tradiciona­les. Tampoco me gusta que se usen marquesado­s reales (Torre Fuerte o Valtierra) como motivos de escarnio o mofa. Necesitamo­s como el comer todos los marcadores de excelencia posibles, incluyendo los más clásicos. Los marqueses ya tienen bastante trabajo por delante con el esfuerzo por estar a la altura de sus mayores como para que vengamos nosotros con las bromitas, tan fáciles y gastadas, además.

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