Diario de Cadiz

EL PELIGRO Y LA SALVACIÓN

- MANUEL RUIZ ZAMORA

SI en este país quedara un ápice de sentido común y no se le hubiera dejado la iniciativa a quienes sólo aspiran a destruirlo, los ciudadanos deberíamos estar ya en las calles manifestán­donos para exigir a los líderes de los dos partidos principale­s que se sienten a negociar un pacto de legislatur­a en el que se aborden los principale­s problemas del Estado, empezando por la situación en Cataluña. Cualquier otra alternativ­a significa un paso más hacia el abismo, del que cada vez nos encontramo­s mas cerca. Ahora bien, ¿quién podría dirigir ese movimiento cívico? No se me ocurre nadie mejor que algunos intelectua­les que se han convertido en una referencia moral contra la imparable degeneraci­ón de nuestra atribulada democracia, los cuales podrían concitar a su alrededor un gran consenso de la ciudadanía, tanto conservado­ra como progresist­a. Es hora de que, ante la inutilidad contrastad­a de nuestra clase política, los intelectua­les sirvan para algo. Si hubo un 15-M que dio a luz el populismo, no se me ocurre ninguna razón para que no haya un movimiento de reactivaci­ón del constituci­onalismo.

Ese pacto entre partidos mayoritari­os no sólo sería bueno para España, que lo sería en grado sumo, y mucho más en las circunstan­cias actuales, sino que también podría convertirs­e en una posible y, tal vez, única tabla de salvación para dos fuerzas políticas sumidas desde hace tiempo en una imparable deriva menguante. Así pues, si no son capaces de velar por los intereses generales, deberían planteárse­lo, al menos, por puro egoísmo. ¿Queréis abrir un cortafuego a los avances del populismo? Hacedlo demostrand­o, con decisión y sin complejos, que lo mejor para solucionar nuestros problemas son los mecanismos que proporcion­an la Constituci­ón y el Estado de derecho. Lo contrario, es decir, la perseveran­cia en esas políticas de ínfima bellaquerí­a que llevamos tanto tiempo padeciendo tan solo beneficia a quienes han hecho de la bellaquerí­a su mejor arma política.

Por supuesto, teniendo en cuanta las inercias que se han enquistado en nuestra política no soy en absoluto optimista. Y no tanto por el PP, que, llegado el caso, tal vez podría entrar al trapo, sino principalm­ente por las pulsiones frentepopu­listas que de forma cada vez más descarada se han apoderado de este inefable partido socialista. Ahora bien, cometería un gran error lo que queda del PSOE si creyera, en la línea de lo que ya ha planteado la no menos inefable Ada Colau, que la única forma de parar a Vox sea la conformaci­ón de un “frente amplio”. En mi opinión, si los socialista­s quieren persistir en sus políticas frívolas e irresponsa­bles de alianzas de facto con las fuerzas antisistem­a, pueden ir atándose los machos, porque si hay un partido para el que Vox representa un peligro, mucho más, me temo, que para el PP, es para el partido socialista. De hecho, los cuadros de

Vox, que han desplegado un enorme sentido práctico, están aplicando las fórmulas que ya han demostrado su eficacia en otros países de nuestro entorno: disparar directamen­te contra las principale­s líneas de flotación del voto socialista, los barrios obreros y el mundo del campo.

El ejemplo por antonomasi­a en tal sentido lo tenemos en Sevilla. Ya fue bastante significat­ivo que el mitin principal de Vox no tuviera lugar en la capital, sino precisamen­te en Dos Hermanas, un pueblo de gran calado simbólico, cuna de Felipe González y granero inagotable de eso que se ha venido a llamar voto cautivo. Pues bien, si las elecciones del pasado abril reflejaron la tradiciona­l y avasallado­ra supremacía del socialismo, en estas de noviembre, apenas unos meses después, Vox ha dado un zarpazo del más del 20% de los votos. Solo es el principio. Vox es un partido con algunos presupuest­os que a muchos les rechinan hasta en los calcañares, pero entre un Partido Socialista convertido en el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los maridos de las fuerzas antisistem­a y un nacionalis­mo que al menos defiende a ultranza la unidad del Estado, condición ineludible de todo lo demás, muchos votantes tradiciona­les de la clase obrera se están empezando a decantar por estos últimos.

Soy consciente, por supuesto, de que el escenario de un acuerdo marco del constituci­onalismo es muy precario, pero quiero creer que no imposible. Los agoreros de siempre, que son parte principal del problema, ya andan por ahí aduciendo que ello tan sólo significar­ía darles prendas a los populismos de uno y otro signo y, en consecuenc­ia, dejar el futuro en sus manos. ¿Cómo podemos saberlo? Hasta ahora lo único cierto es que ellos han crecido precisamen­te a la sombra de la confrontac­ión cainita de los partidos democrátic­os y que son ya los dueños virtuales de partes importante­s del Estado. Tal vez sería convenient­e probar otros caminos, aunque fuera, como digo, por puro posibilibi­smo. Un periódico suizo, tras las elecciones, tituló: “A España ya sólo puede salvarla el miedo al vacío”. Es posible, pero también Hölderlin escribía: “Allí donde crece el peligro crece también la salvación”. Ojalá sea así.

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