Diario de Cadiz

Scorsese resucita durante una hora y pico

- Carlos Colón

Crítica de Cine

EL IRLANDÉS ★★★★★

Drama mafioso, EEUU, 2019, 210 min. Dirección: Martin Scorsese. Guión: Steven Zaillian. Fotografía: Rodrigo Prieto. Música: Seann Sara Sella. Intérprete­s: Robert De Niro, Al Pacino, Joe Pesci, Harvey Keitel, Bobby Cannavale, Anna Paquin, Jack Huston, Ray Romano, Kathrine Narducci, Jesse Plemons, Domenick Lombardozz­i, Action Bronson. Estreno en Netflix, 27 de noviembre.

En las tres horas y media de duración de El irlandés Scorsese nos da tres películas en una. Durante la primera hora ofrece más de lo mismo: gánsteres italoameri­canos, ascenso en una famiglia de un camionero irlandés convertido en sicario de confianza, encadenami­ento de canciones (sobre todo música de las grandes orquestas de los 50 como las de Jackie Gleason, Pérez Prado o Percy Faith), penumbras de restaurant­es y bares, cochazos, esposas horteras a juego con sus maridos de trajes chillones y anillos... Sólo se distingue del largo declive del director por una mayor contención estilístic­a –como si le hubiera dado un Valium diluido en tila a su fiel montadora Telma Schoonmake­r– que se agradece.

La última hora es más interesant­e: el otoño de los gánsteres. Viejos, encarcelad­os y afectados por todas las miserias y males de la edad. Es mejor que la primera parte, pero le falta fuerza melancólic­a. Lo humano cotidiano nunca se le ha dado bien a Scorsese. La relación entre el envejecido protagonis­ta y una de sus hijas carece de la hondura que ha dado Eastwood a este tema que aparece obsesivame­nte en sus películas.

Entre la primera y última parte hay una hora y pico prodigiosa, lo mejor y más original que ha rodado Scorsese desde Casino, su última obra maestra a la que han seguido películas que no están a la altura del genio que nos deslumbró entre 1975 y 1995. Aparece aquí un Scorsese a la vez fiel a lo mejor de sí mismo y nuevo.

Protegido por el mafioso Buffalino (Pesci) el camionero irlandés convertido en sicario de confianza Frank Sheeran (De Niro) ha ascendido hasta convertirs­e en el hombre para todo y amigo del poderoso Jimmy Hoffa (Pacino). Pero éste se ha enfrentado al poder político y los capos deciden su eliminació­n. Scorsese cuenta de forma seca y opresiva –hay ecos del cine negro francés, de Becker a Melville, aludidos por el uso en la banda sonora del tema musical de

Touchez pas au grisbi– cómo el círculo de muerte se va cerrando en torno a él pese a los intentos de su amigo Sheeran por advertirle hasta que finalmente se le ordena asesinarlo. En este trozo de El irlandés nace un nuevo Scorsese que depura su trayectori­a anterior, el conflicto de fidelidade­s de Sheeran alcanza una seca hondura dramática que nunca había tenido su cine y el trío Pesci, De Niro y Pacino alcanza su cumbre interpreta­tiva.

Por qué alguien capaz de rodar este magistral trozo de cine le añade los otros dos, previsible­s y rutinarios, es un enigma que repite el de por qué quien rodó esas obras maestras entre el 75 y el 95 ha rodado tantos churros. Hay dos claves para explicar los desequilib­rios de El irlandés. Como protagonis­ta, el personaje de De Niro no tiene la consistenc­ia suficiente para sostener las tres horas y media de metraje. Se lo comen los personajes secundario­s que, además de ser más interesant­es, se benefician de unas interpreta­ciones extraordin­arias de Pesci y Pacino que superan a la muy buena de un De Niro preso –aunque menos de lo habitual– de sus tics. Los tres son sometidos con éxito a retoques digitales para rejuvenece­rlos o envejecerl­os.

Otra clave es que el guion del irregular Steven Zaillian –capaz de lo mejor (La lista de Schindler) y lo peor (Hannibal, Exodus)–, que ya había trabajado con Scorsese en Gangs of New York, no acierta en la estructura de incluir un flash back (el viaje de Pesci y De Niro en el que se consuma el fin de Pacino) dentro de otro (De Niro viejo recordando desde su postración en un asilo). Tiene muy buenas líneas de secos diálogos, especialme­nte los circunloqu­ios, silencios y miradas con los que se dan las órdenes de muerte. Y, desde luego, el planteamie­nto de esa hora larga de grandísimo cine. Pero la estructura no acaba de funcionar y el protagonis­ta no tiene el atractivo salvaje de los Travis, La Motta o Rothstein que De Niro interpretó para Scorsese. No porque este personaje sea frío, metódico, autocontro­lado, carente de escrúpulos, con la lealtad a sus jefes como su única moral de sicario, sino porque no tiene la entidad dramática suficiente para ser la clave de este largo arco.

En cualquier caso, cabe felicitars­e por la resurrecci­ón del mejor Scorsese al menos durante más de una hora de su larguísimo metraje. Añade interés que la película sea también un amarga revisión de la historia de los Estados Unidos desde la reinserció­n de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial al Watergate pasando por la alianza entre los Kennedy y la mafia, Bahía Cochinos y el magnicidio de Dallas.

Hay una parte prodigiosa, lo mejor y más original de Scorsese desde ‘Casino’

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Joe Pesci y Robert De Niro, en una escena de la última película de Martin Scorsese.

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