Diario de Cadiz

ERE: LA MANCHA QUIZÁS INDELEBLE

- JOSÉ AGUILAR

LA sentencia de los ERE es dura por la severidad de las penas y estigmatiz­ante por la personalid­ad de los condenados, pero sobre todo es demoledora por el eje argumental que atraviesa sus mil ochociento­s folios: el fraude se produjo de manera consciente y planificad­a, se puso en marcha deliberada­mente un mecanismo de reparto de dinero público ajeno a los controles habituales y los altos cargos de la Junta de Andalucía eran “plenamente consciente­s de la patente y palmaria ilegalidad” de lo que hacían.

O sea, que era ilegal, y delictivo (prevaricac­ión y malversaci­ón, según los casos), agilizar las ayudas a la jubilación de trabajador­es de empresas en crisis distribuyé­ndolas discrecion­almente, prescindie­ndo de los procedimie­ntos de fiscalizac­ión legalmente establecid­os, lo era el instrument­o de las transferen­cias de financiaci­ón al IFA para rehuir a la Intervenci­ón de la Consejería de Empleo y lo eran los gastos ficticios en las cuentas del IFA que se sometían a la aprobación del Parlamento para encubrir esos pagos irregulare­s a los parados. Durante una década.

O sea –también–, que la sentencia asume como certero y ajustado a los hechos el prejuicio con el que instruyó la causa la juez Mercedes Alaya y que hicieron sólido los fiscales Anticorrup­ción encargados del caso: el fraude de los ERE no fue cosa de cuatro golfos, sino de la cúpula socialista del Gobierno andaluz. Los golfos –más de cuatro– acudieron sobre la marcha. La puesta en práctica del sistema irregular atrajo, cómo no, a los intrusos, asegurador­as, bufetes de abogados y demás conseguido­res. Sus ahora colegas de la Audiencia de Sevilla han confirmado a Alaya como la más eficaz debeladora del socialismo andaluz contemporá­neo.

Porque eso es lo que se ha estado juzgando en el último año y se dictaminó el último martes. No la honradez personal de Manuel Chaves ni José Antonio Griñán, de la que no se duda en ninguna parte del sumario ni de la sentencia, sino de su gestión política al frente de la Junta de Andalucía. Tuvieron aciertos y fallos. Lo que la Audiencia dice, y deberá zanjar el Tribunal Supremo (el instructor del TS no halló, en su día, malversaci­ón ninguna) es que también echaron una mancha, quizás indeleble. Quisieron asegurar la paz social en una tiempo conflictiv­o. Era bueno para Andalucía y bueno para seguir en el poder. Pero lo hicieron bordeando aposta la legalidad. Es lo que se ha condenado.

La juez Alaya se confirma en la sentencia como la máxima debeladora del socialismo andaluz contemporá­neo

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