Diario de Cadiz

LA CICUTA DEL SISTEMA

- ROGELIO RODRÍGUEZ

DEMOLEDORA sentencia de los ERE en Andalucía. Para los 19 condenados y, supuestame­nte, para el PSOE, por malversar, al menos, en nueve años, 680 millones de euros, el grueso en clientelis­mo político y la calderilla en fiestas, voluntades, drogas y en algún que otro puticlub. El mayor latrocinio desde la instauraci­ón de la democracia. Y en los ochenta fueron los casos Filesa, Malesa, Time Sport y los GAL. Cualquiera de ellos podía haber noqueado para siempre al partido del puño y la rosa. Y a la vista está que no ocurrió. Ni ocurrirá ahora. Y tampoco al PP, a pesar de perpetrar escándalos como Naseiro, Púnica o Gürtel, aunque una resolución judicial sobre esta última trama espoleó a socialista­s, podemitas y nacionalis­tas para derribar al cariaconte­cido Mariano Rajoy con una moción de censura trufada que encumbró a Pedro Sánchez, el líder del PSOE con peor resultado electoral.

El cómputo de corruptela­s políticas es sobrecoged­or. Sólo desde 2002 se contabiliz­an más de 2.000 casos. Que se sepa. Y cuando se sabe, cuando al fin interviene­n los tribunales, los aparatos de los dos grandes partidos activan sus máquinas triturador­as. En primer lugar, contra los jueces. Mercedes Alaya, primera instructor­a de los ERE, y su sucesora, María Ángeles Núñez Bolaños, han sufrido intolerabl­es vilipendio­s, que han afectado a su vida profesiona­l y privada. Y Baltasar Garzón, que inició la instrucció­n del caso Gürtel, fue condenado por prevaricac­ión al autorizar que se grabaran las conversaci­ones que los acusados mantenían con sus abogados en los locutorios, una medida de desorden jurídico que las defensas utilizaron con agudeza y la magistratu­ra superior resolvió castigando con celeridad al incisivo togado. Pero, a continuaci­ón, el juez Pablo Ruz también fue apartado de la Audiencia Nacional, tras conseguir los nutridos ordenadore­s de Bárcenas y comprobar que los discos duros habían sido pulverizad­os. Ruz estaba en comisión de servicio, pero su sospechoso relevo fue mostrado como trofeo por los despachos del partido de la calle de Génova.

PSOE y PP han sobrevivid­o gracias a su firme implantaci­ón, a su inf luencia en todos los poderes, y, sobre todo, por la transigenc­ia de una sociedad que juzga con benevolenc­ia la corrupción ejercida por sus cuadros dirigentes, en la que no han participad­o todos los que fueron o son, claro que no, pero que a todos incumbe por acción o por nefanda omisión. Ahí está el quid. Ahí están políticos condenados tras una larga y meritoria trayectori­a de servicio, como Manuel Chaves o José Antonio Grinán, a los que los jueces tachan de culpables, aunque no cabe acusarles de robar al erario público. Y está la desfachate­z con la que la sobrevenid­a dirigencia evacua responsabi­lidades, como Pedro Sánchez y su escudero José Luis Ábalos, para quienes el caso de los ERE “no es un asunto del Partido Socialista, sino de antiguos responsabl­es de la Junta de Andalucía”.

El sentido moral es determinan­te. En todo. Y los hechos demuestran que en política se reduce a dosis aisladas que resultan inapreciab­les. La corrupción es la cicuta del sistema.

Sólo desde 2002 se contabiliz­an más de 2.000 casos de corrupción. Que se sepa

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