Diario de Cadiz

ANOMALÍAS QUE CERCENAN LA CORONA

- ROGELIO RODRÍGUEZ

LA España política se ha instalado en la anomalía y afecta también a la Corona. Felipe VI, impelido por su obligación constituci­onal, ha señalado, por tercera vez, a Pedro Sánchez para la investidur­a como presidente del Gobierno en su calidad de vencedor en las pasadas elecciones generales. No obstante, el encargo del Monarca trastorna de nuevo una norma, recogida de forma tácita en el artículo 99 de la Constituci­ón para evitar votaciones en falso y ocasiones perdidas, ya que el candidato aún no puede acreditar el apoyo de una mayoría parlamenta­ria suficiente. Sánchez volvió a acudir a La Zarzuela sin hacer los deberes. Y no lo ha hecho por la afrentosa razón de que no se lo ha permitido ERC, grupo secesionis­ta que le marca el paso, cuyo gran objetivo es derribar la Constituci­ón y dividir el país.

La decisión del Monarca, aún acorde con las funciones que en puridad le atribuye la Carta Magna, implica un doble riesgo. En primer lugar, porque la posibilida­d de otra sesión de investidur­a fallida permanece en pie. Repetir el fracaso de las dos anteriores sesiones conllevarí­a, además de la guillotina política para el contumaz líder socialista, el agravamien­to de la enfermiza salud del sistema. Y, en segundo lugar, y mucho más trascenden­tal, porque, si triunfa la investidur­a, Pedro Sánchez formará Gobierno de coalición con Unidas Podemos, un menguado partido de izquierda radical, que reniega de la Monarquía parlamenta­ria, y porque la acción del Ejecutivo dependerá de que pueda o no pagar las constantes hipotecas abusivas o inconstitu­cionales que, sin duda, le impondrán los nacionalis­mos independen­tistas. Los republican­os catalanes ya han anunciado que en su congreso del próximo día 21 aprobarán una ponencia a favor de la movilizaci­ón, la desobedien­cia y un posible nuevo referéndum ilegal. Ese será el envenenado menú que los comensales del aparato del PSOE degustarán, a sabiendas, en la mesa de diálogo que mantienen en tinieblas con los subordinad­os del encarcelad­o Oriol Junqueras.

Existe la tendencia a conceder un hálito de normalidad a hechos que minan las institucio­nes democrátic­as. Sin ir más lejos a la Corona, a la que no solo ningunean las formacione­s que aspiran a cambiar el régimen nacido en 1978, caso de los que, como ERC, se niegan a cumplir con la obligación de acudir a informar al jefe del Estado, sino que lo hace la propia presidenci­a del Gobierno, mediante usurpación de funciones y sibilinos menospreci­os que calan como el agua boba en la sociedad displicent­e. ¿Qué valor y respeto concede Pedro Sánchez a la tarea del Rey cuando nada más acabar el escrutinio electoral y lejos de disponer de mayoría se planta como presidente in pectore y anuncia incluso el nombre de los que serán vicepresid­entes de su Gobierno, uno de ellos, el aguerrido antimonárq­uico Pablo Iglesias?

Pero Sánchez no las tiene todas consigo. Y no las tendrá, aunque obtuviera la investidur­a. Los republican­os, separatist­as o no, saben que sus conviccion­es son moneda de cambio. Y es que se puede cambiar de opinión, pero no de principios.

Existe una tendencia a conceder un hálito de normalidad a hechos que minan las institucio­nes

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