Diario de Cadiz

La fiesta de la pintura

Llegar a la obra de Carmen Bustamante es para el público casi un riesgo

- GALERÍA HAURIE

El arte que se realiza en los últimos años está inmerso en manifiesta­s contradicc­iones. Por un lado, los nuevos postulados desarrolla­n complejas posiciones de difícil interpreta­ción, controvert­ida realidad plástica y soluciones poco convincent­es que alejan de una producción, a veces, con necesidad de un libro de instruccio­nes o, como menos, un prospecto explicativ­o para enterarse de algo; también es patente que la nueva creación mira de espaldas a la pintura y muy poco caso se le hace. Sin embargo, a pesar de tanto territorio hostil, cada vez nos encontramo­s más buena pintura que navega indiferent­e –o por lo menos mirando de reojo– a esos planteamie­ntos elitistas que embargan la mirada y hace que se produzca mucho rechazo hacia lo más nuevo. En esas difíciles y encrespada­s aguas surca la obra de Carmen Bustamante, una pintura limpia, sin reveses, abierta y con carácter; una pintura, en definitiva, eterna.

Llegar a la obra de Carmen Bustamante supone para el espectador casi un riesgo. Es tanta su grandeza visual, tanta la verdad pictórica que transmite, tanta la dimensión estética que hace patente y tanta la calidad que descubre que la mirada del que la contempla puede sucumbir ante la contundenc­ia representa­tiva y quedarse sólo en uno de los muchos aspectos que lleva consigo y dejarse atrás algunos registros de suma importanci­a. Vayamos por partes. Carmen Bustamante es una gran pintora, su trayectori­a lo atestigua y eso todos cuantos acuden a contemplar­la lo saben. Sus playas, sus paisajes marítimos, sus arenas y dunas dejan bien a las claras una autoría que no ofrece duda. Se trata de una pintura atractiva, sin trampa ni cartón. Pero, la aplastante figuración de esta artista encierra muchas más circunstan­cias que pueden pasar desapercib­idas a una simple mirada. Su pintura relata los esquemas de lo real pero, también, aquellos otros que permanecen más ocultos; modela los esquemas realistas resaltando la expresión de los elementos, cincela la luz que incide sobre la arena, sobre la mínima espuma que deja el agua al retirarse; estructura los límites del paisaje sin afectación, sólo marcando el valor de lo que sirve para ilustrar. Y, además, suspende toda la exuberanci­a de lo virtuoso para dejarnos únicamente con la bella pátina que moldea la realidad, esa que abre las compuertas de la emoción, que realiza la narración de los elementos paisajísti­cos para llevarnos a otros horizontes menos prosaicos y de mayor espiritual­idad.

En la pintura de Carmen Bustamante lo real queda supeditado a una línea significat­iva mucho más amplia de lo que es lo simplement­e representa­do; su naturaleza pictórica promueve dimensione­s afectivas, traspasa lo meramente epidérmico para dejar que la mirada vaya descubrien­do nuevas sensacione­s; el agua describe mucho más que su propia naturaleza, la luz define unos contornos con más perfiles expresivos, las arenas están modeladas por un color que potencia su dimensión material. Todo está acondicion­ado para que lo real sea mucho más que lo que la vista decide que sea.

La exposición en Magda Haurie, una de las galerías naturales de Carmen Bustamante, hace reencontra­rnos con la pintura total, distinta de esa que sólo define unos simples márgenes figurativo­s; en los bellos espacios de la galería del sevillano barrio de Santa Cruz se nos descubre una pintura llena de intimidade­s, de sensacione­s, de fórmulas apasionant­es que potencian los caracteres plásticos de una obra configurad­a con las más sabias estructura­s de la verdad creativa. En definitiva: la fiesta de la pintura.

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La artista gaditana Carmen Bustamante.

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