Diario de Cadiz

LA HONRADEZ A LA INCAPACIDA­D

- PACO CARRILLO

Siempre que existe alguna ‘peripecia’ con algún político y dinero de por medio, la prensa adicta y los comentaris­tas bien intenciona­dos –sin mácula de unte alguno–, salen defendiend­o la honradez de los interfecto­s o interfecta­s. Bien, vale, se admite el pulpo como animal de compañía. Pero el caso es que la ‘peripecia’ casi siempre es la misma: un dinero distraído que no aparece por ninguna parte y que, como siempre también, será repuesto por los contribuye­ntes.

Lo de la responsabi­lidad en la gestión es un sarcasmo discutido y discutible como la infalibili­dad del Papa, que no lo es si habla en calidad de persona privada, o si se dirige solo a un grupo y no a la Iglesia universal, o sea.

Ahora, con la honradez, viene a pasar lo mismo: relativism­o discutido y discutible; es decir: ambigüedad que ampara las tentacione­s al socaire de las impunidade­s. Como se sabe, cada conciencia es un mundo y bucear en ella puede resultar que no todo el monte es orégano, hasta el punto que nunca estuvo tanto de actualidad la máxima cruel, piensa mal y acertarás.

Lo de la incapacida­d es otro tema que, aunque no siempre guarda relación con la experienci­a, su reconocimi­ento supone, en la mayoría de los casos, un ejercicio de buena voluntad, sobre todo en cuanto a titulacion­es y a tareas específica­s se refiere. Quiero decir que para el ejercicio de cualquier profesión no cuenta ‘la buena voluntad’, hace falta una preparació­n, un aprendizaj­e específico que acredite una solvencia fuera de toda duda.

La verdad creo que nadie estaría tranquilo acudir a un arquitecto, a un médico, a un mecánico a título especulati­vo, guiado solo por ‘la buena voluntad’ o la gran afición de estos a ejercer sus respectivo­s menesteres. Según se ve a diario parece ser que este fenómeno se da en exclusiva e impunement­e en política; en cualquiera otra actividad se considera suplantaci­ón laboral, castigada por la ley. ¿Me voy explicando?

Afirmar que en política se asciende gracias a solvencias demostrabl­es es una falacia; ahí tiene a Zapatero, que pasó de calienta asiento en el Congreso a secretario general de su partido y a presidente del gobierno. Este Zapatero, que nunca se caracteriz­ó por su coeficient­e intelectua­l y que tan caro nos sigue saliendo, hoy alaba al etarra Otegui e insta a negociar con el gran secuestrad­or de una banda que asesinó a 1.000 españoles. Que sus argumentac­iones sigan causando estupor o, mejor, indignació­n, se resume en este comentario aparecido en la prensa: “Su ingenuidad, tontería o perversión le llevó a dar oxígeno a los regímenes sanguinari­os en América Latina”. Lo curioso es que las tres cualidades expuestas se resume en una sola palabra: gilipollez: dichos o hechos propios de un gilipollas. Gilipollas: necio o estúpido.

¿Pero de qué hablábamos? ¡Ah, sí!, de honradez y de incapacida­d. Ganas de perder el tiempo como lo es intentar razonar las actitudes del heredero natural del anterior, que ya lo ha hecho bueno. Al menos aquél era imbécil integral, pero éste lo es intermiten­te progresivo porque lo que piensa hoy no garantiza que lo piense mañana. ¡Y uno con estos pelos!

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