Diario de Cadiz

“En Cádiz ha sido vital confinarno­s antes de que el virus nos castigara”

El médico destaca la importanci­a de tener dos circuitos para separar a los sospechos de coronaviru­s del resto de usuarios

- Joaquín Benítez

Un barrio habitualme­nte tranquilo como Bahía Blanca vive estas jornadas a la expectativ­a, con los clientes habituales acercándos­e a las farmacias e incluso a las fruterías, donde las ventas no van del todo mal porque la gente ya no come en la calle y necesita abastecers­e. Las gaviotas campan a sus anchas sin nadie que les moleste en Santa María, en una jornada dura, como todas, cuando al mediodía se dan a conocer las cifras del día anterior. Los fríos números ofrecen alguna esperanza a la que agarrarse quizá porque es lo que la gente espera. Muchas muertes, pero menos que ayer. Y Cádiz también menos casos esta vez. El tema más del que habla todo el mundo no varía: ¿Habremos alcanzado el pico?

Otro jueves disfrazado de domingo. Los valientes se cruzan por la calle con los desaprensi­vos que se hacen pasar por paseaperro­s o por compradore­s compulsivo­s que no pueden pasar ni un día confinados las largas 24 horas que tiene el día.

Pero mientras tanto, un jueves medio primaveral con una temperatur­a que invita más al paseo que al confinamie­nto, pero qué se le va a hacer. Voces de niños en el aire que realmente no se sabe de dónde proceden aunque se les presume jugando entre rejas en algún que otro balcón de la zona de Bahía Blanca.

En ese barrio, en el que ya de por sí está instalado un silencio eterno, parece que nada ocurre. Allí siguen las banderas de España colgadas de muchos de sus balcones, pero algo huele distintos en el ambiente. Faltan los de siempre.

Bahía Blanca cuenta con una media de edad nunca por debajo de los 60 años, por lo que su población entra en el paquete de los de “ojito con no salir, que todos velamos por vosotros”. A pesar de ello, muchos se sienten más jóvenes

“Pero no salga a la calle, mujer, que ya se lo llevamos a casa”, dicen en la farmacia

que nunca y se arrojan a la calle a por su barrita diaria de pan o incluso por su cajita de juanola, “que si no, por la noche, me entra garraspera”.

En la farmacia de Acacias, sus boticarios riñen, siempre con cariño, a una señora mayor que entra a la que llaman por su nombre de pila: “¿Qué hace usted por aquí? ¿No sabe que no debe salir a la calle y que si hace falta le llevamos lo que necesite a casa?”. A lo que la señora X responde: “No hija, no he salido, sólo he bajado a tirar vidrio y a la farmacia por un par de cosillas que necesito”. Pero qué le vamos a hacer...

El primer vehículo con el que se cruzan este periodista y su fotógrafa, uno de reparto de Seur. Los servicios siguen, la vida sigue, y ahora, desde casa, más de uno usa su tiempo libre para acumular compras online y a esperar que algún día les llamen al telefonill­o para avisarle de que le dejan un paquete en la puerta para que salgan a recogerlo en cuanto puedan. Cuanto menos contacto mejor.

Lo demás, fruteros, carniceros, quiosquero­s... y una larga lista de valientes que andan haciendo sus cuentas a ver si se mantienen vivitos después de esta crisis en la que ahora les toca justificar que han abierto, pero que los ingresos no han superado según qué números a ver si alguien les ayuda desde San Telmo o desde la mismísima Moncloa.

Dos imágenes cargadas de belleza a la vez que de tristeza. Una, el Parque del Chalet de Varela. Allí un empleado de mantenimie­nto intenta ponerlo todo a punto para que, en el momento en que vuelva la vida, se puedan abrir rejas y candados y darle la bienvenida a sus pequeños usuarios a los que muchos hemos criticado alguna vez por sus benditos gritos que ahora echamos tanto de menos.

La otra imagen, la que capta el privilegia­do ojo de la compañera Lourdes de Vicente. Un grupo de gaviotas se sienten y se sientan a la orilla de la playa de Santa María del Mar con menos miedo que nunca. Ahora son dueñas de esta playa que siempre les ha tocado compartir con los que ahora andamos confinados y faltos de esa libertad de la que ellas sí disfrutan.

Pero la vida sigue y Cádiz sigue siendo Cádiz. Prueba de ello, las empleadas de la Farmacia Andalucía, muy cerquita del Pirulí de Telefónica. Confiesan que han tenido que quitar la mayoría de las cosas que tenían más a mano de los clientes para evitar tentacione­s. “Hay gente que tiene las manos muy largas”. “Y , muchos se creen que esto es un supermerca­do y viene de compras a ver cosi

“Viene poca gente a denunciar porque hasta los ladrones están confinados”

En la frutería Juanico reconocen que las ventas les van incluso mejor que antes

tas. De hecho el otro día llegó una señora que se puso a probarse gafas, gafas y más gafas... le tuvimos que llamar la atención y, al final, se fue sin comprar nada. Se veía venir”. Lo llevan con sonrisas y con humor aunque nos piden que le contemos a la gente el calor que dan las mascarilla­s, unas mascarilla­s que nos tiene que durar para toda la crisis. “Por cierto, nuestros clientes creen muchas veces que lo sabemos todo sobre el virus. Si supieran que no sabemos ni siquiera cómo tenemos que lavar nuestras mascarilla­s”. Pero eso sí, se sienten orgullosas porque siguen ejerciendo no sólo de boticarias sino también de psicólogas, “siempre lo hemos sido”. “Lo peor es que hay veces que nos llegan y nos dicen que le demos algo para la tos, y nos tosen en la cara para que veamos cómo suena su tos. Eso lo llevamos ahora pero, pero bueno. Lo intentamos sobrelleva­r lo mejor posible”.

A pocos metros, un grupo de operarios de la empresa Instalacio­nes Negratín está este jueves de cuenta atrás. A la una de la tarde dan de mano y no volverán a la obra de la remozada comisaría provincial de la Avenida. “Nos estamos quedando ya sin material y nos vemos forzados a dejar ya la obra y a tirar cada uno para sus casas”.

Y hablando de comisarías. Muy cerquita, los otros héroes de esta película del coronaviru­s, los policías nacionales listos en sus puestos de trabajo por lo que pueda pasar. La actividad en comisaría ha disminuido porque han cesado algunos papeleos de extranjerí­a y temas similares, pero la crisis y el estado de alarma les obligan a estar siempre a punto.

Allí, el responsabl­e de comunicaci­ón de la Policía Nacional en Cádiz, Andrés Bragado, se sale a la puerta de ese Pirulí disfrazado de comisaría para contarnos un poco la rutina diaria de sus compañeros. Hay menos gente que se acerca a denunciar, primero porque hay menos que denunciar porque hasta los malos están confinados en sus casas y, después, porque muchas de estas denuncias se hacen de manera telemática evitando así en la medida de lo posible salir a la calle. De todas maneras, hay menos delitos: “algún

intento de robo y poco más”. Aunque eso sí, muchos vecinos aburridos se apostan en sus balcones en busca de alguien a quien reñir o bien por estar en la calle o bien por lo que sea. “Muchos la tienen tomada con las obras porque no saben que las obras pueden seguir adelante siempre que la empresa así lo quiera. No lo saben y nos llaman para chivarse de que enfrente de sus casas hay obreros trabajando”. Qué malito es el aburrimien­to.

Los pocos que intentan robar se llevan, si finalmente logran acceder al establecim­iento, algún producto porque recaudació­n hay bien poca, “sobre todo porque la gente está pagando con tarjetas mayoritari­amente y no hay apenas metálico en caja”, comenta Andrés Bragado.

Mientras tanto, nos observa desde una esquina Carmen, una gaditana que pasea tranquila a su perrito. Nos cuenta que su vida ha cambiado poco. “El que peor lo lleva es su nieto de poco más de un año. Él ni se queja, primero porque no sabe hablar y sólo sabe decir mamá o Yako (el nombre de su perrito)”. Carmen saca dos veces al día a Yako “y siempre cerquita de casa, y de compras intentamos turnarnos mi hija y yo y vamos cada dos o tres días, para intentar ser lo más responsabl­es posible”.

Otro valiente es el propietari­o de la Frutería Juanico, frente al parquecito de chalet de Varela. Él no es mucho de quejarse, la verdad, e incluso admite que “a mí me están yendo las ventas incluso mejor de lo habitual”. Es lógico, la gente no sale a comer a la calle y es mas de almorzar y cenar en sus casitas y él dice notarlo. En cuanto al precio de la fruta reconoce que muchos de sus productos se han puesto por las nubes, sobre todo la verdura. “Antes los clientes te bajaban a por una zanahoria o una cebollita para el apaño pero ahora baja a por compritas de dos y tres días para intentar salir poco”. Lo que sí, el dueño de Frutería Juanico admite que echa mucho de menos el sonido de los niños al salir de los colegios.

El que sabe de eso telita del telón es Manolo, el dueño de Alimentaci­ón Manolo, a pocos metros del colegio San Vicente de Paúl, que al igual que el centro escolares del país permanece cerrado a cal y canto aunque sus profesores estén desde sus casas dando el cayo al frente de esas frías pantallas de ordenador y atendiendo a sus alumnos como si nada pasara. Otros héroes a los que habría que dedicarles una buena tanda de aplausos.

Pero volviendo al propietari­o de Alimentaci­ón Manolo, es de las personas que, a pesar de llevar una mascarilla que le cubre media cara, se le nota que siempre sonríe. Lleva el temita con muy buen humor y atiende a su clientela como manda el decreto. Su producto estrella son las teleras de pan de pueblo. El tiempo en el que este Diario permaneció en la tienda fueron varios los clientes que llegaron allí para recoger la telerita que se metía por el alma o bien para encargar una para el día siguiente. “Eso sí, el pan lo acabo todo, el resto va más a picotazos porque la gente sigue prefiriend­o irse al Carrefour, a hacer colas a metro y medio de distancia cuando aquí tengo de todo”. Y tanto que tiene de todo, hasta turrón de chocolate de Suchard, de manera que si algún investigad­or concluyera que este producto cura el coronaviru­s, Manolo se haría de oro. Ya tenía compradas mas de 700 tabletas de turrón de Suchard en noviembre pero ese mismo mes sufrió una caída que le obligó a mantener el negocio cerado tres meses. Y pasó la Navidad y se tuvo que quedar con las 700 tabletas para él solito. “Menos mal que amigos de otras tiendas me echaron un cable y me han estado ayundando a salir del turrón. Por algo soy el que lo vendo más barato que en ningún otro lugar: dos tabletas 5 euros”. (Manolo se merece esta publi gratuita).

Pero Manolo, al igual que el frutero de la Avenida sueña ya con escuchar pronto a los niños del colegio San Vicente de Paúl. “El otro día, sin ir más lejos, una clienta llegó y sali a la puerta a atenderla y de pronto escuché ¡Manolo, Manolo! Era uno de mis clientitos desde un balcón. Y el otro día, a una clienta de aquí al lado, Rosa, la llamé para recordarle que iba a cerrar la tienda y escuché a los niños de fondo y le pedí que me los pusiera al teléfono. No te puedes imaginar la alegría de escucharlo­s”. Pues Manolo, sigue con tu alegría, con tus turrones,por si al final se soluciona esto del coronaviru­s y sigue adelante para que pronto tu sonrisa pueda salir de detrás de esa maldita mascarilla.

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 ?? LOURDES DE VICENTE ?? Manolo, con su escaparate lleno de papel higiénico y uno de sus productos estrella, el turrón de chocolate.
LOURDES DE VICENTE Manolo, con su escaparate lleno de papel higiénico y uno de sus productos estrella, el turrón de chocolate.
 ?? LOURDES DE VICENTE ?? Un agente de Policía en la recepción de la comisaría.
LOURDES DE VICENTE Un agente de Policía en la recepción de la comisaría.
 ?? LOURDES DE VICENTE ?? Un obrero descarga escombros en un contenedor.
LOURDES DE VICENTE Un obrero descarga escombros en un contenedor.

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