Economía de pandemia
Las comunidades autónomas son actores importantes en la inversión pública y la actuación de la Junta no basta
CUANDO aún rugía la I Guerra Mundial en las trincheras, el 4 de marzo de 1918, comenzó en Fort Riley (Kansas) la mayor pandemia de gripe conocida. Se la llamó gripe española porque en nuestro país, neutral en la Gran Guerra, no había censura para las alarmantes noticias sobre la nueva plaga. Se estima que más de 50 millones de personas murieron en un mundo debilitado por la contienda, que no sabía cómo frenar la epidemia ni cómo actuar ante la enfermedad. España fue uno de los países europeos más afectados, con cerca de 8 millones de contagiados y casi 300.000 víctimas. En Andalucía aumentó la mortalidad un 35% ese año; 37.000 fallecidos más que el año anterior, en una población de algo más de 4 millones.
Las consecuencias económicas también fueron devastadoras. En aquella época los tres grandes sectores –la agricultura, la industria y los servicios– tenían parecido peso en la economía andaluza. El más afectado fue la industria, que cayó más de un 20%, seguido de los servicios, con el 5%. El PIB per cápita andaluz se redujo más del 9% y pasamos de representar el 82% de España al 75% en un solo año.
¿Qué aprender de aquel trágico episodio? Lo más importante es que no actuar es la peor de las soluciones. Hay que frenar la propagación y realizar todos los esfuerzos posibles para atender y sanar a los que enfermen. También hay que combatir de manera decidida los perjuicios en materia social, que sufren especialmente los sectores de la población más débiles.
La economía requiere similar determinación para evitar una prolongada recesión, con la consiguiente pérdida de empleos y empresas. Se trata de minimizar daños a corto plazo, pero, sobre todo, que no disminuya nuestro crecimiento potencial, ni desemboquemos en una crisis estructu