Diario de Cadiz

CONTRA EL BOTELLÓN

- EDUARDO OSBORNE

MI generación fue la última que pasó su adolescenc­ia dentro de los bares, rascando en el bolsillo para encontrar a la desesperad­a las últimas monedas del fin de semana para tomarnos la última copa con las persianas del establecim­iento ya echadas, mientras los sufridos empleados de ocasión que estaban al otro lado de la barra barrían el suelo mientras esperaban pacientes que nos largáramos de allí de una vez. Salvo algunas concentrac­iones esporádica­s en las explanadas de la facultad, nos trabajábam­os poco el cubata de garrafa en vaso de plástico como hacen hoy tantos jóvenes de distinto tipo y condición.

Como la mayoría de las fórmulas de ocio que afectan a la gente más joven, el botellón como punto de encuentro social y de consumo empezó a generaliza­rse en los sitios de veraneo, y desde allí se extendió a las ciudades el resto del año, localizánd­ose sitios abiertos donde las pandillas campan a sus anchas alrededor de las bolsas con las bebidas y el hielo. Una práctica claramente abusiva, tanto para el descanso de los vecinos como para la propia salud de sus protagonis­tas,

Si no es mucho pedir, ya podían prohibir también esa horrenda música de reguetón que sale de los maleteros de los coches

que sin embargo ha venido siendo tolerada por las autoridade­s, mucho más preocupada­s en evitar la conducción de vehículos bajo los efectos del alcohol que su ingesta misma.

Con la aparición de nuevos casos de Covid-19 que amenaza con llevarse por delante esa nueva normalidad lanzada a los cuatro vientos por el Gobierno, y la inquietant­e penetració­n de los contagios en aquella cohorte de edad que se cree a sí misa poco menos que invulnerab­le, las autonomías se han apresurado a cortar por lo sano el llamado ocio nocturno, siendo el botellón objetivo prioritari­o a erradicar, por razones obvias: no hay distancia ni protección, y la interacció­n de las actitudes en común beneficia como en ningún sitio la propagació­n del virus.

Ayer podíamos leer que la Junta prohíbe el botellón por ser una práctica “insalubre, nociva y peligrosa”. En verdad insalubre y nociva lo viene siendo desde hace casi treinta años, aunque al parecer se den cuenta ahora, quizá por lo de peligrosa. Ahora sólo esperamos que la prohibició­n se mantenga en el tiempo, y no sólo lo que duren estos meses inciertos, para bien de los bares de la zona, sus vecinos… y los propios jóvenes. Y si no es mucho pedir, ya podrían prohibir también esa horrible música de reguetón que sale de los maleteros abiertos de los coches.

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