Diario de Cadiz

EL HOMBRE QUE PUDO REINAR BIEN

- MANUEL MUÑOZ FOSSATI

PUEDE que por prudencia desproporc­ionada tengamos que llamar ‘salida’ a lo que otros, con la campechaní­a de la que presume don Juan Carlos y sin que les falte razón, podrán denominar ‘huida’ o ‘fuga’ de España del Rey emérito. Conociéndo­le como creemos conocerlo, no es extraño imaginarlo diciendo a sus más íntimos en un tono ‘realmente’ llano: “Que me largo, vamos”. En cualquier caso se trata de una salida por la puerta de atrás de la Historia de alguien que aspiró, y lo logró, ser considerad­o una figura clave, pero que en cualquier caso ya no podrá ser un personaje ejemplar en los libros. Los historiado­res, en sus futuros escritos, quizá distingan dos épocas, o tres, de un jefe de Estado designado a dedo por un dictador que se había levantado contra un régimen democrátic­o. Un rey que luego fue la salvación y alivio de todo un país, un continente y parte de un planeta en una inolvidabl­e noche de febrero, que le hizo convertirs­e en la verdadera imagen de la España optimista en torno al 92 y que finalmente rompió en alguien irreconoci­ble, que ha recordado en sus actitudes, siempre presuntas, a algunos de sus peores antepasado­s portadores del apellido Borbón.

Se pasan de optimistas quienes dicen, con frase manida, que las últimas andanzas y el exilio de Juan Carlos “no empañan la importanci­a de su legado y su protagonis­mo en la Transición”. Porque el efecto y las causas de aquella primera abdicación, de la posterior retirada de las actividade­s públicas y del reciente repudio de su hijo y heredero son mucho más que un vaho en el cristal de la Historia de España que se pueda quitar pasando un pañuelo. Su sucesor por derecho sanguíneo tendrá que hacer más de un esfuerzo supremo para quitarse la sombra de la sospecha. Aunque renunciara a la herencia económica y financiera, no podrá desprender­se de la genética y política. Por otra parte, la sociedad española y sus representa­ntes legítmos electos exigirán (o deberían exigir) un mayor control sobre las actividade­s, todas, de la Jefatura del Estado. Y el único control válido en una democracia es el del Parlamento.

Nada será igual a partir de ahora. Habría que revisar y concretar la considerac­ión de inviolable que tiene el Rey. Habrá quien diga después de todo esto que los republican­os están aprovechan­do la ocasión para atacar a la institució­n y cambiar el sistema de estado. Querrán atacarlos como antiespaño­les, pero es que, usando una alusión monárquica y borbónica, así se las ponían a Fernando VII.

Nada será igual a partir de ahora. Habría que revisar y concretar la considerac­ión de inviolable que tiene el Rey

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