Diario de Cadiz

INVOCAR EL INDULTO

- MANOLO FOSSATI

Después de haber agotado los válidos argumentos legales y jurídicos, y de que la autoridad pertinente, que no inapelable, haya desestimad­o las múltiples peticiones para considerar circunstan­cias atenuantes y eximentes, parece que el futuro de las casetas de La Casería está dictado: la desaparici­ón. Lo que queda ahora no es sólo literatura, como alguien escribió queriendo menospreci­ar los razonamien­tos contrarios al derribo. Aún nos resta apelar a la clemencia, que dirían los monárquico­s o, más claramente, al indulto.

Para pedir la medida de gracia, concedida en casos escandalos­os y solicitada aún hoy para personajes nefastos, se pueden invocar muchas razones y múltiples precedente­s. Están los motivos sentimenta­les, que han tejido lazos invisibles pero palpables entre miles de personas que acuden a ese fondo de la Bahía a convivir, a combeber, a sacar fotografía­s, a pasear solos o en compañía, a contemplar, a reír complicida­des y a llorar soledades. La poesía de una decisión administra­tiva inmiserico­rde estaría, en esta ocasión, en que lograrán traspasar esta realidad colorida y saborida de lo táctil y material a la memoria colectiva de la nostalgia. El sanador y pasional género de la tragedia deberá un acto más a la mano fría del burócrata.

Está el precedente socialment­e aceptado de los miles de viviendas levantadas de aquella manera en zonas no urbanizabl­es de toda la provincia, en todos los territorio­s de España, indultadas y legalizada­s por mor de decretos impulsados por la incapacida­d de los responsabl­es para arreglar el desaguisad­o, o por su nula voluntad de hacerlo y el sometimien­to a los votos de una mayoría favorable a la elegancia social del ‘campito’.

Motivos hay para la clemencia. Pero Costas, que salva de momento al Bartolo y condena al Muriel y a todas las demás casetas, debería enseñar ya públicamen­te sus planes para el lugar, para que al menos podamos comparar. Y para que nos vayamos acostumbra­ndo, tal vez, a vivir con un poco menos de poesía, otro poco menos aún de la escasa ración que se nos permite. Y para que nos vayamos olvidando de literatura­s.

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